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Paula Molina: “Todos somos garantes de los derechos de estos jóvenes”

No es estridente ni sensacionalista. Sólo describe lo que está sucediendo en el Hogar de Protección que dirige en La Serena. El modelo técnico define un máximo 12 adolescentes en la casa; hoy tiene 15, a causa de derivaciones a causa del cierre de otras residencias en la región de Coquimbo. Dificultades que Paula resuelva una a una, paso a paso, exhibiendo, tanto ella como su equipo, una resiliencia notable. Por Ximena Torres Cautivo
Por Ximena Torres Cautivo
Julio 14, 2025

Tiene 32 años y está visiblemente embarazada de su cuarta hija. Sus niñas, de 11, 6 y 3 años, y la que está en gestación, integran la femenina familia de esta trabajadora social santiaguina. Cuando estaba en la universidad, se enamoró de un estudiante de periodismo. Se casó, quedó esperando guagua y se trasladó a vivir a la región de Coquimbo, tierra natal de su marido. La carrera con la que buscaba cambiar el mundo quedó en veremos…

Paula Molina es bonita y femenina. Viste una blusa rosada, del mismo color de su lápiz labial. Muy dulce en apariencia. Pero que nadie se llame a engaño; tiene una fuerza y una resiliencia notables.

Así se explica que siendo mamá haya logrado terminar su carrera y que ahora saque adelante a diario también una suerte de compleja familia adoptiva. Son los doce adolescentes varones de la residencia de protección integral Hatary, que Hogar de Cristo, tiene en un barrio de La Serena. Hogar que ella dirige desde hace poco más de un año.

-Teóricamente, nuestra capacidad es para doce niños. Eso es lo que licitamos con el Servicio Nacional de Protección, pero estamos con tres sobrecupos. Hay en total quince. Nueve están presentes, hay otros en abandono, un par en un centro de rehabilitación de consumo de drogas y otro en internación provisoria, que es en la cárcel de menores. Es probable que pronto ese chico, que tiene 19 años, quede en libertad y el Juzgado de Familia nos lo mande de regreso.

-Pero ese perfil de joven, por edad e historia, no tiene nada que ver con la definición de una residencia como ésta.

-Sí, pero esto surge de la complejidad del actual momento. Falta oferta porque varios organismos colaboradores del Servicio de Protección han decidido cerrar sus residencias. Nuestros sobrecupos se originan en el término de una residencia en Ovalle y de otra segunda institución de la región, que obligaron al Servicio a reubicar a esos niños y adolescentes. A los que se pudo, se les derivó con sus familias. Pero a los más grandes y complejos nos los enviaron a nosotros.

Paula Molina en medio del patio techado de la residencia que dirige. Ahí hay un gimnasio, un living y un pequeño espacio verde con suculentas. Foto: Sebastien Verhasselt.

Esa “mala solución” a la emergencia, que es la que suelen utilizar los Tribunales de Familia, atenta contra cualquier modelo técnico de intervención, como el que está definido en el documento “Estándares de calidad para residencias de protección de niños y adolescentes”, publicado por el Hogar de Cristo en 2017.

Es la fuerza de la mañosa realidad contra cualquier solución teórica en el marco de un sistema que tiene décadas en crisis y que parece no mejorar.

SOLUCIONES PARCHE

Actualmente, más de ¡41 mil menores de edad! esperan por un cupo en programas del Servicio de Protección. Su director, Claudio Castillo, ha dicho que este escenario complejo se explica “por un aumento de la violencia, el abandono, el consumo de drogas y los problemas de salud mental”. Y que, desde octubre de 2021, los niños y adolescentes atendidos en cuidado alternativo residencial han aumentado en un 15%.

El impacto de este problema macro ha afectado gravemente el micro espacio de la residencia Hatary.

-Teníamos las cosas en orden. Los chicos eran todos de perfil “casero”. Adolescentes de unos 15 años en promedio que acataban las reglas de la casa sin dificultad. Ajustados a la norma, a la rutina, como en cualquier hogar. Asistían al colegio, salvo un par que no lo hacía por problemas de rendimiento. Cuando llegaron los nuevos, mayores y con historias muy complejas, las cosas se complicaron.

-¿Cómo han debido manejar la situación?

-Reforzamos la seguridad de la bodega de alimentos, de la cocina, que en la definición técnica debía estar abierta siempre, como en cualquier casa. Ahora está enrejada. Hace unos meses, los chicos nuevos entraron a mi oficina y robaron varios computadores. Por eso, también hubo que reforzar los espacios administrativos. Otra medida es segregar espacialmente a los adolescente para evitar los cruces entre los que yo llamo “los caseros” y los nuevos, los mayores.

Hatary funciona en un bonito barrio de clase media. En un sector tradicional de La Serena, donde las casas pareadas parecen un cuidado retablo. Son todas con grandes sitios rectangulares, angostas de frente y profundas de fondo. La casa Hatary ha sido ampliada y hoy está completamente pavimentada. No tiene jardín, salvo un pequeño espacio verde. Cuenta con un patio techado, donde hay varias máquinas de ejercicios. También hay una biblioteca y un espacio de estudio. Y los dormitorios y baños comunes de los niños.

RUGBY PARA CANALIZAR LA ENERGÍA

El cambio que provocó el sobrecupo obligó a agrupar a los habitantes más jóvenes en esos espacios y habilitar dos habitaciones en la casa original, adelante, en el primer piso, para los nuevos.

En Hatary trabajan 18 personas de planta. “El equipo técnico lo integramos una trabajadora social, una terapeuta ocupacional, un psicólogo y yo, como directora. Tenemos un auxiliar de aseo, una manipuladora de alimentos y otra para el fin de semana. El resto son monitores de hogares familiares, que tienen un perfil técnico en el área social”.

-¿Hay mucha rotación de personal?

Ahora último, sí. En general, las monitoras terminan agotadas. El perfil de los niños es complejo. No resulta fácil trabajar con jóvenes con problemas socio delictuales y con consumo. Eso ha vuelto muy complicado el trabajo de noche. Es el momento en que los jóvenes que consumen están más agresivos. A veces presentan crisis de abstinencia. Eso afecta la salud mental de las monitoras, quienes se ven sobrepasadas y terminan con licencias médicas.

 Antes de que se produjeran las derivaciones y se abrieran cupos extras, Paula cuenta que los niños que llama “caseros” habían logrado integrarse a actividades muy sanadoras. “Nos relacionamos con redes comunitarias para que pudieran acceder a una escuela de música, como pasó con Francisco, que hoy está becado estudiando guitarra. Con una escuela de fútbol y con un equipo de rugby, donde chicos con perfiles complejos lograban canalizar su agresividad. Eso funcionó muy bien”.

El equipo rescata el talento musical de Francisco y cada una de las virtudes de los chicos de siempre. Esos a los que la jefa de la residencia, Paula Molina, llama gráficamente “los de perfil casero”.

Ahora todo es más difícil. Sin embargo, ayer varios de ellos fueron invitados al circo y este fin de semana les regalaron entradas para el cine. Son pequeños espacios de armónico esparcimiento.

50 CORREOS AL MES

Cuando nació su primera hija, Paula convalidó ramos y retomó su carrera en La Serena. La muerte de la niña Lissette Villa en una residencia del antiguo Servicio Nacional de Menores (Sename) remeció su conciencia, tal como pasó con la de todo Chile. Eso fue en 2016, cuando la directora de Hatary tenía 23 años.

Entonces, Paulo Egenau, director social nacional del Hogar de Cristo, acuñó la expresión “lucidez transitoria” para referirse a la corta duración del espanto con que reacciona la sociedad frente al drama de la infancia vulnerada. Todo el mundo rasga vestiduras, se ofrece castigar a las culpables, todos se ponen en alerta, pero al cabo de un mes, el revuelo pasa y el pasmo se adormece con otras tragedias.

No fue el caso de Paula Molina, quien perseveró en el área social con foco en infancia. Dice: “Entré en esto porque creo que todos nosotros somos garantes de los derechos de los niños. Uno como ciudadano no puede aceptar que se dañe, se abuse, se abandone a un niño. Yo pensé que estudiando trabajo social podría aportar a mejorar esa situación de vulneración”.

-¿Crees que lo has logrado?

-Sí, la verdad es que sí. He contribuido a mejoras importantes en la vida de varios niños y niñas y sus familias. Pero son sólo casos, situaciones individuales. Lograr cambios estructurales es mucho más complejo de lo que pensé. Involucra legislación, políticas públicas coordinadas, presupuesto. Lo que he podido conseguir ha sido porque he presionado a la red, porque soy catete, porque no me quedo tranquila con un no.

Parte del equipo de la residencia Hatary frente a la fachada de la casa. A la derecha, está la jefa de operación social del Hogar de Cristo en la región, María Teresa Moreno, a quien responde Paula Molina. Foto: Sebastien Verhasselt.

Cuenta que es capaz de mandar 50 correos a una autoridad o entidad fiscal para lograr lo que le parece justo y necesario. “Pude conseguir que a un chico se le hiciera una resonancia nuclear súper necesaria para un diagnóstico complejo así, a punta de 50 mails por mes”. Se siente orgullosa de que su jefatura le reconozca eso: “Mi capacidad para lograr que el sistema dé respuesta a las necesidades de los niños”. También se la juega por la integridad física y mental de las trabajadoras de la residencia.

Ella misma conoce la gran carga emocional que implica trabajar con niños y adolescentes que arrastran tanto daño.

-Uno se va con ese peso cada día para su casa, porque es imposible no verse afectada. Por eso, los logros, por mínimos que parezcan, nos enorgullecen tanto. Lograr una hospitalización para un niño que lo necesita, contribuir a que una mamá obtenga una vivienda social donde vivir con su hija. Lo dramático es que jugamos contra el tiempo, contra el cumplimiento de la mayoría de edad. Cuando un chico cumple 18 y no está estudiando, se va. Por ley, ya no podemos hacer más. Se queda sin red de protección.

-¿Por qué te aflige tanto ese momento?

-Porque he visto casos durísimos, como el de un joven que tenía muchos talentos y un grave trastorno de personalidad. Era dulce, encantador, pero al segundo podía volverse muy agresivo. Cuando egresó de la residencia, logramos que su mamá lo recibiera, pero no resultó. Se fue de ahí, terminó ejerciendo la prostitución, consumiendo, viviendo en la calle. Eso es un clásico. Salir de las residencias y terminar en la calle. Al final, tanto esfuerzo para que finalmente terminen como un delincuente más. Es muy duro.

La casa es amplia y en horas de la mañana durante las vacaciones de invierno era una taza de leche. “En este tiempo, dejamos que los chicos duerman hasta más tarde”, explica Paula Molina. Foto: Sebastien Verhasselt.

-¿Dirías que lo más grave son los problemas de salud mental?

-Sí. Todos tienen un daño asociado a las graves vulneraciones de derecho que han padecido. Arrastran traumas por negligencia, abandono, maltrato, abuso. Todos nuestros residentes están en tratamiento de salud mental, salvo un par de excepciones.

Destaca a algunos con talentos excepcionales, como el ya mencionado Francisco, o Jorge, que tiene trastorno del espectro autista (TEA), pero es un dibujante superdotado, con notables habilidades manuales. “Su papá es mecánico. Toda la familia tiene eso de armar, desarmar. De hacer con nada algo precioso o útil”.

-Paula, ¿cómo te proyectas de aquí a cinco años?

-No creo que pueda seguir aquí. Está por nacer mi cuarta hija, las otras tres me necesitan y veo muy difícil poder organizarme y distribuir mis tiempos familiares con los profesionales. Tengo que cuidarme, como me dicen los mismos chicos. A varios de ellos, los enternece mi embarazo.

SI COMO A PAULA MOLINA TE IMPORTA LA INFANCIA VULNERABLE, HAZTE SOCIO.