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A 18 años de la canonización de Alberto Hurtado

Un 23 de octubre de 2005, fue canonizado Alberto Hurtado en la plaza San Pedro de Roma por el Papa Juan Pablo II. Aquí recordamos el testimonio de María Alicia, en quien obró el primer milagro y de algunas personas vinculadas al Hogar de Cristo que lo conocieron y estuvieron en su canonización.

Por María Teresa Villafrade

23 Octubre 2023 a las 15:15

“Dios operó en las manos del padre Hurtado”

Acabamos de celebrar los 79 años de la obra más grande de Alberto Hurtado, el Hogar de Cristo, y como este 23 de octubre se cumplen 18 años de su canonización, recordamos su primer milagro y recopilamos testimonios de quienes lo conocieron y estuvieron en su canonización.

PRIMER MILAGRO

María Alicia Cabezas es la protagonista de una de estas historias.  Corría el año 90 y en el Hospital de Neurocirugía de Santiago, un médico había tomado la decisión de desconectar las máquinas que mantenían con vida a una mujer que estaba con muerta clínica, tras sufrir tres derrames cerebrales masivos. Al mismo tiempo, un grupo de fieles oraban por su recuperación en la tumba del Padre Hurtado.

María Alicia Cabezas, en quien el padre Hurtado obró su primer milagro.

Ambas historias se entrelazaron, generando un hecho que la ciencia médica no pudo explicar. María Alicia inició una milagrosa etapa de recuperación que -años más tarde- se convertiría en el primer milagro del Padre Alberto Hurtado y que le abrió el camino para transformarse en el primer hombre Santo nacido en Chile.

“Estaba al amparo de Dios, porque la medicina se había declarado incompetente. De acuerdo con los testimonios de los médicos, no había nada que hacer conmigo. Se habían agotado todos los medios humanos y científicos de que disponía la medicina para salvarme”, sostiene María Alicia.

El 25 de julio de 1990, la mujer se desempeñaba como asesora del hogar en la casa de María de Los Ángeles Amenábar, secretaria de colegio San Ignacio del Bosque, quien posteriormente cumpliría un importante rol en esta historia. Tras sufrir el primer derrame cerebral, María Alicia fue trasladada en estado de coma al recinto asistencial con el peor de los diagnósticos: “Glasgow 4”, el cual se fue agravando con los sucesivos derrames cerebrales que fueron empeorando su estado. Dada su gravedad, no era posible realizar una operación.

Paralelamente, en la tumba del Padre Hurtado, mientras se realizaba una peregrinación y Eucaristía en la víspera de su día, un grupo de trabajadores del colegio San Ignacio del Bosque, dejaba constancia en el libro de peticiones por la mejoría de María Alicia. Ese mismo día, la fiebre que la aquejaba comenzó a bajar y, poco a poco, los síntomas comenzaron a desaparecer, lo que permitió operarla. El milagro se había concretado.

María Alicia recuerda con emoción esos días. “Al salir del Hospital recién le tomé el peso al tema. Vi como personas llegaban con el mismo diagnóstico y todos quedaban con secuelas o simplemente no salían vivas. De verdad, me sentí afortunada y desde entonces miro las cosas diferente”.

-¿Qué significa para ti la palabra milagro?

-Es algo de otra dimensión y que aún no lo puedo explicar. Fue la misericordia de Dios la que operó en las manos de un siervo, como lo era el Padre Hurtado. El pidió por mí y Dios se lo concedió.

CONOCIERON A ALBERTO HURTADO

Gertrudis Gálvez, Usuaria de Programa de Atención Domiciliaria de Renca. Estuvo en su canonización en 2005.

“El Padre Hurtado estaba entregado a ayudar a los más marginados”

“Cuando tenía 8 años conocí al Padre Hurtado porque yo andaba en el grupo de niños que él ayudaba. En esos años la situación era muy distinta a como es ahora y él era el padre de la justicia social. Se preocupaba mucho por la gente pobre, los marginados. Nos traía dulces de la panadería Pinto, que estaba en Independencia, pancitos de dulce, un quesito amarillo muy rico, polenta, ropa y, después, nos íbamos a tomar desayuno a la parroquia Santo Tomás de Aquino, que estaba en Gamero.

Gertrudis Gálvez estuvo en Roma para la canonización de Alberto Hurtado.

Él tenía una imagen tan linda, nosotros éramos para él ´los patroncitos´, así nos decía. Era muy cariñoso, tenía un semblante y una cara tan luminosa, él estaba entregado a ayudar en todas las situaciones que se vivían en esos años, cuando no teníamos ni cómo taparnos. No me quiero acordar porque me da una pena grande. Así era la vida antes, no era como la pobreza de ahora, era todo mucho más terrible. Éramos mirados en menos, la gente era dura.
Cuando mi mamá quedó viuda nos tuvimos que ir a la calle, a vivir a unas chozas con techos de fonola que al primer viento se volaban y ahí quedábamos nosotros empapaditos como pollitos de campo. En esos años se sufrió mucho, la gente pobre éramos como unos pájaros raros y nos marginaban. Estuve cerca del Padre Hurtado casi 3 años porque después nos fuimos de Independencia y empezamos a trabajar para ayudar a mi madre.

Después con los años, cuando me vine a Renca trabajé casi 20 años como voluntaria del Hogar de Cristo. Me convertí en la abuelita voluntaria y hoy formo parte del Programa de Atención Domiciliaria de Renca, donde incluso pude conocer a Vicente, mi pareja hoy. Gracias a mi cercanía con el Padre Hurtado y el Hogar de Cristo, en 2005 fui a Roma. Siento que desde el cielo él me eligió para ir a ver su canonización. Allá en Roma me despedí de él y le agradecí por la ayuda que me dio. El Padre Hurtado está siempre en mi corazón, siempre le rezo en las noches. Le agradezco que se haya preocupado de los niños y los que vivíamos en la pobreza”.

Pedro Torres:

“Fue un hombre bueno que me sacó de la calle y me dio un lugar limpio donde vivir”

Pedro tenía 10 años en 1950, cuando lo recogió el padre Hurtado en un zaguán vecino a la Iglesia de San Francisco. Entumecido, flaco, analfabeto, lleno de piojos, llegó al Hogar de Cristo ubicado en la calle que entonces se llamaba Chorrillos. “Dormía en un zaguán, ese espacio que tenían las casas antiguas entre la puerta de calle y la puerta de entrada a la casa. Ahí, una noche de lluvia del invierno de 1950, me encontró el padre Alberto Hurtado. Llegamos a Chorrillos 3828 como a las dos de la mañana y quedamos en manos de las monjitas que nos bañaron con agua caliente y nos acostaron en camas limpiecitas. A la mañana siguiente, descubrí la hospedería que sería mi casa hasta 1961. Yo soy un “patroncito”, un niño abandonado de los que recogió el padre Hurtado, y no me da vergüenza contarlo. Hay compañeros de esos años, los pocos que quedan, que ocultaban su condición. Yo no. Y por eso defiendo a san Alberto de tanta estupidez que he escuchado últimamente, fue un hombre bueno que me sacó de la calle y me dio un lugar limpio donde vivir, un oficio para ganarme la vida… y valores.

A Pedro Torres lo recogió el padre Hurtado de niño en un zaguán vecino a la Iglesia de San Francisco.

Francisca Araya, vecina de Hogar de Cristo

“El Padre Hurtado se desvivía para ayudar a los que más lo necesitaban”
Francisca (87) es de Estación Central y lleva más de 80 años viviendo a poco metros de la casa matriz de Hogar de Cristo. “Tenía 7 años cuando conocí al Padre Hurtado. Él se acercó a ayudar a mi familia cuando mi madre quedó viuda, nos trajo mercadería. Recuerdo que se vestía de una forma muy sencilla, solo con unos zapatos y la sotana, demostraba que era un padre de los pobres. Iba a la población y cuando veía planchas y palos que podían servir para una casita, los recogía. Antes el Hogar de Cristo era una barraca, muy diferente a como es ahora y las misas se hacían en un galpón frente a calle General Velásquez. En ese tiempo toda la gente pertenecía a la parroquia y pasaba en la iglesia porque estaba él. En esos tiempos desde Hogar de Cristo se les daba casa de madera a la gente que no tenía donde vivir y a nosotros nos daban aserrín para poner en el piso de tierra. El Padre Hurtado se desvivía para ayudar a los que más lo necesitaban, no le importaba si era invierno o verano. Por eso, nunca va a existir un padre como lo fue él”.

Francisca Araya era una niña cuando conoció a Alberto Hurtado.

 

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