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Bajo la cruda ley de la calle

Ad portas de la noche más larga del año, la que da inicio al invierno, nos sumamos a uno de los grupos de voluntarios que atienden con comida caliente, abrigo y sobre todo conversación y afecto a los más desamparados. A los que no sólo no tienen techo, sino que les falta incluso la voluntad de buscarlo en una hospedería o en un albergue. Son los más marginados, los que literalmente mueren a la intemperie.

Por Matías Concha P. 

16 Junio 2022 a las 22:18

Definir hoy el perfil de las personas que viven en situación de calle es difícil; la pandemia, la migración y, ahora, el alza del costo de la vida, han cambiado el paisaje callejero. Hay jóvenes, con hijos o sin ellos; personas de la tercera edad, con pareja o solos; extranjeros y chilenos; con enfermedades crónicas, problemas de salud mental o de consumo de drogas, como Eliana (39) y su pareja, Robinson (45), un hombre en situación de calle, desde hace 12 años. “Hasta el día de hoy me cuida, me protege porque la calle es peligrosa para andar sola. La gente no sabe pero a nosotros nos han quemado el ruco varias veces, nos han asaltado”.

-¿Quiénes?

-Los nazis, los punks o los lanzas… A ellos no les gustan los mendigos, así que nos atacan. Una vez, por ejemplo, nos tiraron gas para que saliéramos del ruco,  y luego nos pegaron y se robaron nuestra mercadería, hasta mataron a nuestro perrito y le tajearon la guatita… Yo vivo con miedo, ¿cómo me defiendo de ellos? Si paso casi todo el día sola”.

Estamos en un terreno baldío de Santiago, en un sector perdido de la comuna de Pudahuel. En este lugar, dice Eliana, los más pobres viven poniéndole el pecho a sus circunstancias y arreglándoselas solos, en medio de un basural que hierve de moscas, perros abandonados y guarenes. “Ya he recibido dos puñaladas, puñetes… Es que ser mujer en la calle es peligroso, a una le pueden hacer lo que quieran”.

A pesar de todo, el ambiente es relajado en la Ruta de Calle. Nos acompañan voluntarios de Hogar de Cristo, quienes, dos noches a la semana, reproducen los recorridos que hacía el padre Hurtado, cuando visitaba los rincones más olvidados de Santiago, donde pernoctaban apiñados los niños abandonados que copaban la ciudad. “Pelusas”, “palomillas”, los llamaban entonces.

Esta pareja en situación de calle, usa palabras como “andar con la pera”, “choros”, “vivos”, “ficha”, “ponerse pálido” o “tirar la pelá”. Una pareja que es adicta al alcohol y vive abandonada en una mediagua que adornan con mucho cariño. Los voluntarios del Hogar de Cristo han intentado que se sumen a un centro de rehabilitación, pero se niegan rotundamente. “No nos movemos de acá”, reclaman. Muy desconectados y dependientes, el alcohol ha deteriorado la salud física y mental de ambos.

Los efectos socioeconómicos de la pandemia, el explosivo ingreso de migrantes, y el alza creciente del costo de la vida, han hecho aumentar visiblemente la presencia de personas en situación de calle y modificado sus perfiles. Las carpas instaladas en los bandejones centrales de las avenidas de las ciudades dan cuenta de esta nueva realidad, que ha sumado familias, en su mayoría migrantes, incluso con niños pequeños, a la realidad de las personas en situación de calle, modificando sus perfiles y necesidades.

Como Paola (34) y su pololo Marcelo (36), un hombre en situación de calle, desde hace 8 meses. Ambos tienen problema de consumo de pasta base y viven en una carpa ubicada en San Pablo con Seminario, Pudahuel. “Esta la primera vez que estoy en la calle”, revela ella.

En Chile –y en todo el mundo– las mujeres pobres son aún más pobres que los hombres pobres. Se trata de mujeres que no marchan, no protestan, no hacen performances, que por lo general han sufrido un quiebre, una dura fractura personal, como Paola. “Todo empezó luego de que mi mamá se muriera, eso me botó y caí en una depresión bien fuerte. Sin ella, se me fue la vida. No tenía energías y caí en el consumo de pasta base. Después perdí a mi hijo… Además, influyó mucho que en esa época tenía una pareja que me pegaba, me insultaba, me sacaba la cresta”.

-¿Y cómo te trata Marcelo?

-Él me cuida, se posterga por mí, me cuida de mi ex pareja. Él me da cariño, se sobreexige, todo para que tengamos para comer. ¿Y sabe qué? Ahora me están dejando ver a mi hijo de nuevo, él tiene 13 años, y entiende que su mamá se enfermó, si hasta traté de matarme un par de veces. Pero yo no soy una mala madre, no quiero que usted piense eso. Yo tuve 12 años a mi hijo, y él es un excelente niño, educado, estudioso, pero yo me enfermé y no supe cómo salir adelante.

¿Cuánto influye en esto el entramado familiar y la falta de políticas públicas preventivas, como por ejemplo, atención psicosocial y soluciones habitacionales definitivas? Según cifras oficiales del Ministerio de Desarrollo Social, más de 19 mil personas viven en esta situación en Chile, cifra que se queda corta porque no contabiliza, por ejemplo, a los migrantes. Esos miles de extranjeros que hoy dependen de las fundaciones, los municipios, el gobierno.

Como Roberto (24) y su esposa Bety (26), ambos venezolanos, que cruzaron la frontera por Colchane, región de Tarapacá, en la frontera con Bolivia. Ellos dicen que desde hace dos semanas viven en la ciudad. “Nos trajo un bus desde Antofagasta”, explica Roberto. “Y llegamos con la esperanza de encontrar trabajo, no vinimos a estorbar. Al contrario, tenemos estudios, yo en mi país era enfermero, pero véame acá viviendo en una carpa. Ya se nos han tratado de meter borrachos a la carpa así es que no nos queda otra que dormir con un ojo abierto”.

Cada miércoles y viernes, los voluntarios de Hogar de Cristo realizan una ruta en los distintos sectores de Santiago. De acuerdo a Eva Lara, encargada de las rutas sociales, “los mismos voluntarios nos han alertado que el rostro de la pobreza está cambiando. Cada vez se ven más familias, mujeres, niños migrantes, por lo que tienen que prestar ayudas rápidas, entregando en dos días frazadas o atención médica, por ejemplo”.

Francisco (45), es una de las personas a las que visitan los miércoles. Sus 11 perros son los guardianes de su ruco, sus fieles cuidadores, desde hace 9 años. “Todos son mis regalones, mis amigos. Ellos han estado conmigo, jamás me han abandonado. Yo estuve casado, tuve un hijo, pero me vino una depresión y no fui capaz de seguir adelante, dejé todo atrás”.

-¿Nunca más los volviste a ver?

-Fue un tema psicológico, exploté, dejé mi casa, mi auto, mi matrimonio. Hoy mi hijo tiene 11 años, hablamos, su pensión está al día, pero lógicamente nos vemos poco. ¿A quién le gustaría que lo vieran a uno viviendo en estas condiciones?

-¿Te arrepientes?

-Intento no pensar en eso. Lo hecho, hecho está. Con decirte que hace poco les dije a mis papás que vivía en la calle, ellos no sabían.

-¿Y qué te dijeron?

-Casi se murieron, quisieron venir a buscarme, pero les dije que no, que este es un tema mío. ¿Qué más puedo hacer que apechugar? Pero no te miento, los cumpleaños, las navidades, todos esos momentos “familiares” son muy tristes en la calle. Sin mis perros creo que me habría tirado al río hace ratito ya.

Hemos apagado la grabadora y él nos hace señas desde la vereda, despidiéndose. Eva Lara comenta: “Mi invitación es a valorar sus experiencias de vida y dejar a un lado los discursos moralistas y cuestionadores”.

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