De socio a beneficiario
Enrique Silva, con 87 años, de los cuales más de 30 trabajó como fontanero, se da ánimo para hacerse la vida más agradable. Si hay que echar la talla, él es el primero. Siempre se luce en los paseos y fiestas que organiza el programa de Hogar de Cristo para adultos mayores en Estación Central. “Hay que alegrarse uno mismo un poquito”, aconseja quien fuera socio y hoy es beneficiario de la fundación.
Por María Teresa Villafrade
20 Septiembre 2023 a las 15:22
“Con mi viejita, cuando estaba viva, salíamos siempre a bailar en las fiestas del 18. Ganamos hasta campeonatos. Mi señora murió de 100 años hace seis. Yo la cuidaba junto a mis sobrinos, porque no tuvimos hijos. Ella era mayor que yo”, parte contando Enrique Silva (87) su historia de amor.
Una historia muy especial que terminó justo el día de aniversario número 53 de su matrimonio.
“Ella falleció a las 9:30 de la mañana el día 17 de nuestro aniversario. Gracias a Dios, no era diabética, tenía solo algo leve al corazón. Más que enfermedad, murió por la edad. Fue bien atendida por parte de los sobrinos que me ayudaron y de la municipalidad que mandaba a los doctores a la casa. Yo la llevaba siempre a los controles”, recuerda de esa etapa en que asumió como su cuidador.
Enrique Silva, a sus 87 años, no se pierde una cueca.
Fue en ese tiempo en que él debió asumir esa tarea por varios años, cuando se acercaron hasta su casa para brindarle más apoyo, dos integrantes del equipo del Programa de Atención Domiciliaria Adulto Mayor (PADAM) de Hogar de Cristo en Estación Central.
“Es curiosa la vida, porque con mi señora fuimos socios durante 25 años del Hogar de Cristo, mensualmente donábamos, pese a lo poco que siempre hemos tenido”, aclara.
Dice que en esa época, la fundación de Alberto Hurtado no era tan grande como ahora. “No sé cómo supieron, pero un día, una persona contó que mi señora estaba mal de salud y alguien del Hogar nos contactó”.
-¿Le ha servido el PADAM?
-Me ha servido al cien por ciento. Yo paso encerrado en mi casa, en las cuatro paredes, no salgo a ninguna parte. Solo voy a misa a la Iglesia de la Santa Cruz los domingos. Me ha servido mucho la ayuda del PADAM, porque constantemente me visitan o me llaman por teléfono. No estoy tan solo gracias a eso. Yo vivo en un pasaje donde cada uno para su santo, apenas nos saludamos. No es porque yo lo diga, pero no me gusta andar tomando, prefiero no participar”.
A Enrique Silva siempre se le ve contento y bromista en todo lugar. Durante el paseo liderado por Viviana Aedo, que el PADAM realizó al Cerro San Cristóbal hace casi un año, él estaba de los primeros en la fila para subir.
Durante el paseo organizado por PADAM de Estación Central al cerro San Cristóbal.
Sufre de temblor esencial y le cuesta a menudo beber en un vaso sin derramar, pero no puede evitar “echar la talla” en buen chileno. Estando en el San Cristóbal divisó a una pareja de hombres a torso desnudo lleno de tatuajes tomándose fotos con la ciudad de fondo. “Acá también hay calugas”, les gritó, subiéndose la camisa para mostrarles sus “abdominales”. Todos, incluidos los aludidos, se largaron a reír.
“Hay que alegrarse uno mismo un poquito”, aconseja.
-¿Encuentra que son muy tristonas las personas mayores chilenas?
-Es que el que está enfermo propiamente tal, no trata de superar al menos mentalmente lo que tiene. Y peor aún si tiene familia porque se la pasan diciéndole al viejo no te movaí, no hagai nada, es un trato demasiado protector que los tira para abajo. Yo me tiro para arriba solito.
Vive en la población Oscar Bonilla de Estación Central desde hace 40 años, en la casa que compraron con su mujer.
“Trabajé casi 30 años como fontanero, algunas veces de manera particular y otras contratado por empresas. Soy agradecido de la vida, mi señora era muy social, muy emprendedora. Ella atendía una oficina de recaudaciones y le entregaron un mini departamento. Hubo un incendio en ese departamento. Y tuvimos que trasladarnos de emergencia a una población cercana a donde está la Teletón. Allí vivimos dos años antes de comprarnos la casita. Después hubo un cambio y de la comuna de Santiago, nació la comuna de Estación Central”, relata.
Desgraciadamente, él solo tuvo acceso a la pensión básica solidaria.
“No tengo pensión más que la básica solidaria. Tuve primero la libreta de seguro obligatorio y después de obrero pasé a empleado particular, pero donde yo estaba, toda la documentación y los archivos se quemaron en un incendio. Hice muchos trámites y no hubo caso de comprobar nada, de aquellos años que trabajé en empresas me quedé sin pensión, solo la del Estado”, agrega.
Cuando su esposa vivía, entre ambas pensiones se podían manejar bien. “Con eso nos dábamos vuelta los dos. Mi señora era muy activa y estaba en muchos grupos de señoras, se conseguía viajes de turismo a San Antonio, a Algarrobo. Yo la acompañaba a la Municipalidad, en esos años no entregaban mercadería sino algunas bolsitas nada más”.
-¿Y la echa mucho de menos?
-Los primeros años sí, pero hace como dos a tres años que ya no tanto- responde, sincero.
Le gusta sentirse bien. Durante la fiesta dieciochera de Hogar de Cristo, sacó a relucir sus mejores pasos de cueca y sus dotes de payador:
“Estoy muy contento por la ayuda y el respaldo que nos da el Hogar de Cristo, tanto en lo social como en lo material. Me siento muy apañado. Ojalá este programa crezca cada año, porque somos muchos los adultos mayores que nos hemos quedado solos y con poca plata”, recalca.
En Chile hay 3.449.362 personas mayores (60 años y más), lo que representa un 18% de la población. De ese universo, un millón y medio recibe la pensión básica solidaria al igual que Enrique Silva.
No los abandonemos. Haz aquí tu aporte