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Kevin Castillo:

“Los niños más pequeños han sido los más golpeados, pero los con más motor”  

Hace cuatro años que el joven psicólogo trabaja en el sector de Las Compañías en La Serena. Hoy es el jefe del Programa Socioeducativo de Súmate y en estos meses, junto a su equipo, ha sido testigo de cómo sus participantes han necesitado más apoyo emocional que nunca y cuánto extrañan el espacio protector de la escuela.

Por María Luisa Galán

26 Enero 2021 a las 13:50

Se estima que en la Región de Coquimbo hay 7.149 niñas, niños y jóvenes excluidos del sistema educacional, una cifra que data de la vida pre pandemia, por lo que no se descarta que con la actual crisis sanitaria este número haya aumentado en la zona y en todo el país. “Lo educativo se tornó mucho más complejo de lo habitual. Ya lo era estar excluido del sistema y la pandemia, pero tal como ellos nos han contado, todo esto vino a agrandar las brechas educacionales, económicas, sociales”, cuenta Kevin Castillo (29), el joven psicólogo que encabeza el equipo del Programa Socioeducativo de la fundación Súmate, del Hogar de Cristo, ubicado en el sector de Las Compañías en La Serena.

“Cuando todo esto partió, aún en un contexto de estallido social, aparece el toque de queda que era algo nuevo para los niños y las niñas. Muchos no estaban enterados de lo que pasaba en las calles, había una suerte de desconexión que se entiende porque nosotros trabajamos en Las Compañías, un territorio que, si bien es aproximadamente el 41% de la población de La Serena, está es una zona que queda en la periferia de la ciudad”, describe Kevin sobre el territorio en el que trabaja y que se encuentra hacia el norte de La Serena, pasado el río Elqui.

Él conoce muy bien el sector. Lleva más de cuatro años trabajado en la fundación; comenzó en junio de 2016, cuando el programa se llamaba “La Esquina” y estaba enfocado en la prevención de conductas de riesgo por consumo de drogas. El 2018 el centro es asumido por fundación Súmate, redirigiendo su trabajo en recuperar y resignificar trayectorias educativas. En noviembre de 2019, en pleno estallido social, queda a cargo de la jefatura, sin imaginar que además del hito histórico que estaba viviendo el país, iba a tener que enfrentar junto a su equipo, compuesto por cuatro profesionales, una pandemia que aún no tiene fecha de término.

-¿Cómo fueron esos primeros meses de confinamiento, de pandemia, cómo estaban los participantes del programa?

-Afortunadamente, nunca perdimos el contacto con ellos. Hicimos un diagnóstico y los encontramos con muchas incertidumbres, ansiedad y desmotivación. Habían muchos que decían: “Estoy encerrado, no me dejan salir”. Pasó que empezaron a extrañar el aula, el colegio, el liceo, a los compañeros, a las profesoras. Antes de la pandemia, todos querían estar fuera del colegio, no les gustaban mucho por las normas, las reglas, pero esta crisis vino a mostrar que la educación, los establecimientos educacionales, son un elemento vincular muy importante en ellos. Cuando uno escucha como cliché que el colegio es la segunda familia, se tornó real porque es ahí donde los jóvenes reciben harto acompañamiento, entonces hubo vínculos que empezaron a extrañar.

-¿Cómo manejaron esa incertidumbre en momentos que nadie tenía certeza de nada?

-Descubrimos que no le podíamos entregar certezas ni a los jóvenes ni a sus familias. No le podíamos decir que esto iba a terminar mañana, porque de todos modos nadie sabía nada. Y aquí adoptamos una frase: “Lo contrario a la incertidumbre no es la certeza, sino que es la comunidad, es vivirlo en conjunto”. Ese fue un descubrimiento súper importante porque a nivel de jóvenes y de equipo concluimos en hacer actividades grupales que no sólo sean para saber cómo están o qué necesitan, sino para que entre ellos pudieran colaborar mutuamente, se conocieran y acompañaran. Ese fue nuestro gran descubrimiento 2020. Los jóvenes nos han entregado harto a nosotros y nos han hecho entender y aprender sobre la resiliencia. Cuando parecía todo perdido, con una incertidumbre que al inicio era muy potente y nosotros ingeniándonos qué podíamos hacer desde el computador, que parecía imposible, empezamos a ver que podíamos pasar esta incertidumbre en conjunto. Fue una invitación a estar unidos, no había por qué estar solo o sola y eso lo descubrimos gracias a ellos.

-¿Hubo participantes hayan dejado sus estudios por la pandemia?

-Sí, algunos tuvieron que dar un paso grande hacia la adultez y tener que trabajar. Ahora trabajamos con jóvenes más grandes, hasta 26 años y, sí, en ellos se vio que tuvieron que congelar sus estudios por tener que trabajar. La pandemia fue para muchos “bueno, yo abandono”, pero en el sentido que no son ellos los que lo deciden, sino que es un sistema que los obliga a desertar. Y todo en un escenario de incertidumbre, en un contexto familiar estresado y donde rondan mitos como que no va a haber más comida. Veníamos de un período de saqueo de supermercados, entonces había en ellos un movimiento emocional importante. Hubo jóvenes que tuvieron que empezar a trabajar, incluso algunos se trasladaron de ciudad. Varios se fueron a Ovalle porque ahí hay más trabajo, principalmente de temporero. Algunas familias se caracterizan por tener estos trabajos esporádicos, sobre todo en verano. Lo bueno es que no hemos perdido el contacto.

-¿Cómo fue la experiencia de los talleres online?

-Exitosa, en términos de participación. Los jóvenes estaban súper agradecidos, nos percibían como un recreo dentro de todo lo malo. Para ellos era un momento de relajo, un espacio de cuidado personal y grupal. Trabajamos temas como la identidad de género, la violencia, el cómo cuidarnos en las redes sociales a propósito de la virtualidad, el estrés, la desmotivación escolar. Temas que ellos mismos iban levantando con sus tutores que luego transformábamos en talleres.

-¿Cómo fue el trabajo con los más chicos del programa? ¿Cómo ven lo que está pasando?

-Para nosotros, los más chiquititos, que tienen desde 9 años, son lo más especiales, porque son los que se han puesto más creativos en el sentido de mostrarnos otras cosas. Es el grupo más grande que tenemos y fueron muy receptivos en los talleres. Son fieles a asistir, a conversar, a trabajar con niños más grandes. Han sido muy fuertes, resilientes, pero no están fuera de la vulneración. Esto del encierro, del compartir con otros familiares o los mismos familiares, podía significar también un factor de riesgo. Nos pasó bastante. Antes uno tenía la posibilidad de ir a la casa y hablar con los papás, hacer de intermediario cuando era necesario, pero ahora estaban solos. Tuvimos algunos casos puntuales donde había malos tratos. En ese sentido, fueron los que más recibieron el malestar de esta situación, pero los que, a la vez y esto es muy paradójico, eran los más creativos y los que más aprovechaban el acompañamiento. No es que los grandes no, pero ellos acuden por temas más puntuales, los niños son más espontáneos. Es una edad con menos mecanismos de defensa. En algún momento, los vimos muy vulnerables y vulnerados, pero a la vez fueron un motor.

-Una de sus metas 2020, sin imaginar que vendría una pandemia, era pasar de 47 a 120 participantes. ¿Cómo lo lograron?

-Por lo general tenemos varias derivaciones de los Centros de Salud Familiar, Centro Comunitario de Salud Mental, las dos Oficina de Protección de Derechos de la Niñez y la Adolescencia, escuelas o liceos, pero el fuerte estuvo en la comunidad. Fueron las mismas familias las que nos ayudaron. Nos decían: ‘tengo un sobrino que está en esta situación y puede estar en el programa’. Gracias a eso hoy trabajamos con familias en donde están los hermanos, los primos, tíos, entonces terminando conociendo a todo el grupo familiar. Como dice uno de los tutores, al final la red más importante es el barrio. Y es verdad y es lo que estamos tratando de recuperar, lo presencial en el terreno, porque durante este tiempo lo habíamos perdido. Son las mismas familias los que se van pasando la voz y eso nos da más valor, porque se lo dice una tía, alguien cercano.

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