Un estudio del Hogar de Cristo reveló la cruda realidad de niños y niñas excluidos del sistema escolar. Aquí cinco adolescentes relatan las circunstancias que los alejaron del colegio -donde la pobreza es una de las más importantes- y el círculo virtuoso que les permitió volver a la sala de clases y a soñar con un futuro.
Por: Antonia Domeyko Fotos: Felipe Vargas Fuente: Revista Sábado, El Mercurio
22 Abril 2019 a las 17:03
Luis tiene el pelo liso y cortado hasta arriba de las orejas. Está teñido rubio. Mueve su cabeza a la izquierda y ordena su pelo con un gesto automático hacia ese lado. Bajo las orejas, su pelo está rapado. Viste un polerón celeste ajustado, pantalones de parka que dicen North Face y unas zapatillas de lona.
Cuando se trata de contar su historia, de su boca solo salen monosílabos. O dice que no se acuerda. Pero de a poco va reconstruyendo cómo fue que a los 11 años dejó de ir al colegio.
En ese entonces cuenta que vivía en la casa de su abuela paterna en La Pintana. Él, su mamá y sus tres hermanas. Su papá, dice, iba y venía; había semanas en las que el padre llegaba y varias otras en las que no volvía. Según Luis, su papá es alcohólico y drogadicto y que, en la casa, él y su mamá se llevaban mal con la abuela.
-No estábamos bien ahí, así que mejor nos quisimos ir, para vivir más tranquilos. Después estuvimos en la calle.
El mismo día que dejaron la casa de su abuela, Luis, su madre y sus hermanas llegaron a un block abandonado en la población Bajos de Mena, en Puente Alto. Recuerda que se tomaron una habitación que estaba a medio demoler. No había luz ni agua ni ventanas. Ahí pusieron la cama que se llevaron de la casa y durmieron esa noche los cinco. Ahí se quedaron más de dos años.
-Cuando vivíamos en la toma no podíamos ir al colegio porque era difícil ir. Era difícil también para comer. Todo era difícil. Igual costaba -dice Luis.
Durante cerca de tres años él estuvo fuera del sistema escolar, al igual que muchos otros niños y jóvenes que detectó una investigación para el Hogar de Cristo con el Centro de Investigación Avanzada en Educación de la Universidad de Chile, el Centro de Justicia Educacional de la UC y Unicef. Sobre la cifra aún no hay concenso entre lo que postula, por un lado el Hogar de Cristo y, por el otro, el Ministerio de Desarrollo.
Liliana Cortés, directora de la Fundación Súmate del Hogar de Cristo, que cuenta con cinco escuelas de reingreso, dice que la pobreza es uno de los factores más importantes en los jóvenes que desertan o son excluidos.
-Hay una relación directa de esta problemática con las condiciones y la situación de pobreza de nuestro país. Sobre el 60% de los jóvenes que están fuera del sistema escolar provienen de hogares del primer y segundo quintil. Tiene una relación bien directa con nacer y crecer en la pobreza -dice Cortés.
Hoy Luis tiene 17 años y va en octavo básico. Entró a una escuela de reingreso a los 14. A pesar de que había ido al colegio antes, cuando volvió apenas escribía su nombre y solo reconocía algunas letras, dice Andrés Pino, jefe de formación de la escuela.
A los 10 años Krishna fumó un cigarro por primera vez. Dice que solía escaparse de la casa de su abuela paterna en Maipú, donde vivía con su mamá, su papá y su hermana, para pasar el día en la calle con sus amigas.
A los 12 probó la marihuana. Se sintió tan mal, que esa tarde llegó directo a dormir en su cama. No despertó hasta el otro día.
A los 13 tomó su primer trago de alcohol. Fue en un terreno baldío con sus amigas. Tomó tanto que recuerda caminar tambaleándose. Que pestañó y de pronto estaba en el suelo. Se levantó para ir al paradero y tropezó varias veces en el camino. Ese día alojó donde una amiga. En su casa, ni esa vez ni las anteriores la descubrieron.
-Yo sentía que no le importaba a mi mamá. No preguntaba por nosotras, igual nos hablaba, pero como no estaba en todo el día, yo decía a ella no le importamos. Entonces yo hacía lo que quería -dice Krishna, de pelo liso, un aro en la ceja izquierda, una argolla en la nariz y un piercing largo que atraviesa su oreja desde la parte superior hasta el lóbulo.
Su mamá trabajaba como cajera en un mall . Salía de madrugada y volvía después de las 10 de la noche. Su padre, aunque vivía con ellas, no estaba emparejado con su mamá, y de vez en cuando trabajaba en la construcción. Lo que ganaba, dice Krishna, se lo gastaba en pasta base.
Ese año, en el que probó el alcohol, Krishna entró a séptimo básico. Y durante los siguientes tres años repitió el curso. Cada año en un colegio diferente. En uno de ellos probó las pastillas, específicamente benzodiacepina, que ella llama “trencito”, y que conseguía a través de un amigo que le compraba a un traficante.
-Iba al colegio así, toda volada. Al otro día estaba con resaca, trataba mal a todos, andaba amargada y no se me entendía lo que hablaba. No me importaba nada en mi vida, yo quería vacilar nomás. Quería llamar la atención para creerme mejor que los otros, pensaba que iba a ser más bacán -cuenta Krishna.
Además de repetir por malas notas, tenía conflictos con sus profesores y compañeros, y en su casa muchas veces no llegaba a dormir durante todo el fin de semana. El año en que repitió por tercera vez séptimo básico la echaron. Fue por una pelea a combos con una compañera.
Krishna fue con su mamá al Ministerio de Educación para saber a qué colegios podía postular. Intentó entrar en tres establecimientos, pero no la recibían por la mala conducta que registraba su historia escolar.
-Quería terminar mi básica, pero me di cuenta de eso cuando ya me habían echado. Ahí recapacité, pero como no me recibían en ningún lado, me rendí. Ese año pasé acostada todo el día, con depresión, no salía, no me gustaba nada, no carreteaba, nada -dice Krishna.
En Chile, aunque no existe la figura formal de escuelas de reingreso, hay cerca de 12 establecimientos que se han autodesignado esa labor. Cinco de ellos son de la Fundación Súmate y tienen una capacidad de recibir en total 700 alumnos anualmente. Existen fondos concursables para financiar este trabajo, destinados a reinserción escolar, pero desde 2015 se han ido reduciendo.
-El 2010 había un fondo muy grande, había una intención más marcada de instalar esta política con cerca de 3.500 millones disponibles, y en 2015 baja a unos 1.300 millones. Una escuela no se puede financiar con un fondo concursable: no le puedes decir a un joven este año tengo fondos, el otro no tengo, entonces no te recibo -dice Liliana Cortés, quien junto a la fundación propone crear una política pública al respecto.
A diferencia de Krishna, Brandon dejó de estudiar por decisión propia. Tenía 14 años, era 2015, y estudiaba en un colegio en La Pintana, donde dice que todo lo arreglaba a golpes. Se sentía desmotivado y aburrido de las peleas constantes en las que se involucraba, porque el resto de sus compañeros lo molestaba.
-Había gente que me hacía bullying y yo no aguantaba e iba y les pegaba. Me molestaban por mi forma de hablar, o si yo llevaba una polera rota me decían: ” Hueón pobre, tu familia no tiene pa’ comprarte ropa”. Yo avisaba al inspector que me andaban molestando, pero no hacían nada. Una vez incluso le rompí la nariz a un compañero por lo mismo, y tampoco pasó nada. Entonces me aburrí -dice Brandon, de polera blanca, delgado, pelo corto y un piercing en el labio.
Brandon cuenta que hasta los cinco años vivió con su mamá y su papá. Dice que su padre bebía mucho alcohol y consumía pasta base, por lo general se ponía agresivo, y que tiene muchos recuerdos de su papá pegándoles a él y a su mamá.
-Me crié en un ambiente de mucha violencia, por mi papá, por eso es que yo soy así. Tengo problemas de ira -señala Brandon.
Ese 2015, cuando dejó de ir al colegio, le preguntó a su mamá si podía comprarle zapatillas y pantalones para el colegio; nuevos, porque los que tenía estaban con hoyos. Ella le respondió que no tenía el dinero. En ese entonces su mamá, quien trabajaba como asesora del hogar, se había vuelto a emparejar con otro hombre que empezó a vivir con ellos.
-El caballero era alcohólico y trabajaba una semana en la construcción y después descansaba cuatro meses, por eso mi mamá le tenía que comprar la marihuana, la cerveza, y si no le compraba él la empezaba a tratar mal. Por eso mi mamá no tenía los recursos para comprarme mis cosas, y yo no quería ir con las zapatillas rotas y los pantalones con hoyos, porque sabía que iba a tener problemas y peleas -dice.
Durante todo el 2015 y 2016 Brandon dejó de ir al colegio. A veces salía a jugar a la pelota a la calle, pero la mayor parte del tiempo lo pasaba en su pieza, jugando videojuegos en su computador.
Michael Muñoz tiene 29 años, es psicopedagogo y educador diferencial, y durante todo el año pasado trabajó como profesor itinerante del proyecto Súmate a tu barrio, del Hogar de Cristo. Estuvo en la población El Castillo y en Bajos de Mena, en Puente Alto. Trabajaba con niños y niñas que le derivaban luego de haber sido expulsados de sus colegios o haber desertado. Los visitaba en sus blocks para ayudarlos a reinsertarse. Ahí, en sus casas, Michael además de trabajar con ellos, conocía a más y más jóvenes en la misma situación.
-Llegabas a ver a un chico y altiro empezaban a llegar otros niños y las mamás. Empezabas a cachar el historial de cada uno; por ejemplo, en la población Francisco Coloane había muchos niños sin estediar, la familia no se movilizaba por el consumo de droga. También hay otro drama: niños de 11 y 12 años sin lectoescritura… Incluso de 18 hasta 21 años -dice Michael Muñoz.
Explica que la falta de oportunidades, el basural que hay en estas poblaciones, el acceso a la droga y las bandas son algunos de los motivos por los que muchos jóvenes no van a estudiar.
En El Castillo hay niños que son soldados de los traficantes, son microtraficantes… a esos los perdiste -dice Michael-. También hay chiquillos a los que les gusta el tema del robo por la plata fácil y la facilidad para tener pistolas; la mayoría de los cabros tiene. Cuando iban los chiquillos a intervención tuvimos casos en los que se les caían las pistolas del bolsillo. Al final se la pasas al adulto responsable, porque si se las quitabas o se las pasabas a la policía, ibas a perder al cabro.
Uno de los jóvenes que fue derivado al programa es Diego. Fue en 2017, iba a repetir por tercera vez octavo básico y el colegio en el que estudiaba, cerca de su casa en Bajos de Mena, decidió expulsarlo.
-Repetí porque quise nomás, porque no quería estudiar, andaba en otra -dice Diego-. En esa época yo andaba robando, andaba metido en leseras, consumiendo marihuana, pastillas, trago.
A los 12 años empezó a robar en supermercados. Más tarde llegó a entrar a tiendas con pistola y a robar la plata de la caja. Varias veces se fue detenido y al día siguiente llevado a tribunales, pero por ser menor de edad y no tener faltas graves nunca tuvo consecuencias mayores para él.
Cuenta que cuando lo expulsaron justo su polola, tres años menor, le dijo que iban a ser padres. Se acercó entonces al programa Súmate que lo ayudó a no desertar del colegio, y le consiguieron un cupo en un establecimiento para que pudiera terminar el octavo básico.
En Maipú, a Fabiola también alguien le tendió una mano para que no dejara de estudiar. Venía de repetir tres veces quinto básico. Se escapaba del colegio, desordenaba la sala y tiraba las sillas, era contestadora con los profesores y peleadora con sus compañeros.
-Era atrevida, muy contestadora, pero me estaba defendiendo. Me molestaban porque tengo una desviación en el ojo, por ser rubia, por ser blanca y flaca, por todo. Para mí el colegio no era como para estudiar, ahí me molestaban -dice Fabiola.
Finalmente la echaron del establecimiento. Fabiola nunca contó en su casa sobre el bullying que enfrentaba. Su mamá solo veía los problemas cuando la llamaban al trabajo -es estafeta en un consultorio- por la conducta de su hija. Por eso cuando echaron a Fabiola su mamá no estuvo dispuesta a volver a matricularla.
-Yo le decía siempre a mi mamá que iba a dejar de estudiar, no quería ir porque me iba mal en todas partes. Mi mamá ya estaba colapsada de mí y dijo “yo ya no puedo más con la niña”.
Por el trabajo de largas jornadas de su mamá como estafeta, Fabiola desde chica asistió después de clases a un centro abierto atendido por monjas. Una de ellas decidió hacerse cargo de Fabiola, y la inscribió nuevamente en un colegio firmando ella como apoderada.
Fabiola entró a un colegio Súmate en Maipú que ofrece cursos 2×1. Logró adecuarse al ambiente escolar y pasar de curso. Sin embargo, en 2017 quedó embarazada de su pololo. En marzo del año pasado tuvo a su hija y perdió todo el año escolar.
Luis, quien vivió en una toma en un block de Bajos de Mena, entró a un colegio de reinserción hace tres años. Por su bajo nivel de escritura y lectura tuvo que hacer un multinivel (resumen de primero a cuarto básico), luego hizo en un 2×1 quinto y sexto, y ahora, a sus 17 años, está cursando séptimo y octavo. Su asistencia es impecable, casi de un 100%.
Para el próximo año está buscando un liceo, aunque sabe que no será fácil porque ya tendrá 18. Espera poder entrar a uno para estudiar Técnico en Enfermería.
Krishna, quien consumía pastillas y fue expulsada por mala conducta, luego de intentar entrar a varios colegios estuvo un año fuera del sistema escolar. Entró a un colegio Súmate y pudo sacar el séptimo básico. Hoy tiene 17 años y está cursando en un 2×1 tercero y cuarto medio.
-Hablé con mi mamá y le dije que iba a entrar con otra mentalidad, que yo quería cambiar. Consumir drogas ya no me llamaba tanto la atención, yo creo que como me rebelé de tan chica ya no me importaba, ya había pasado por eso. Lo hice por mí misma, por nadie más que por mí -dice Krishna, quien planea salir del colegio para estudiar Peluquería y ojalá poner su propio local.
Brandon, quien recibía bullying por tener la ropa y las zapatillas rotas, mientras estuvo fuera del colegio, además de pasar el día en el computador, se metió a un taller de artes marciales.
-Quería en vez de defenderme a golpes reducir a quienes me molestaban. Iba mucha gente a alegarle a mi mamá de que yo le había pegado a sus hijos. Dije: “Tengo que parar porque le estoy trayendo muchos problemas a mi mamá”. Hace tiempo que no tengo una pelea. Igual ando con un cortapluma, pero no es para agredir a las personas, es por seguridad, de defensa -dice Brandon.
Su padrastro alcohólico se fue de la casa y su mamá dejó de mantenerlo. Al poco tiempo tuvo los recursos para volver a comprarle zapatillas y uniforme nuevo. Ahora Brandon acaba de comenzar su año de tercero y cuarto medio. Su plan es egresar y estudiar Medicina.
Diego, quien estuvo metido en asaltos y robos, luego de la noticia de que iba a ser padre decidió salirse de ese ambiente y enfocarse en sus estudios para poder mantener a su hijo.
-El ambiente que hay (en Bajos de Mena) no se lo recomiendo a nadie. Yo ahora no hablo con nadie de allá. Con los que me juntaba me hablaban para que volviera, pero ya no los pesco. Yo no quiero que mi hijo tenga un ejemplo así. Apenas pueda me voy a ir de ahí y ojalá poder llevarme a mi hijo conmigo -dice Diego.
Reconoce que no le gusta estudiar, pero necesita terminar su cuarto medio para tomar los cursos para dedicarse a lo que le interesa: ser camionero, al igual que su hermano y su abuelo.
Fabiola, luego de ser madre y estar un año fuera del colegio, volvió en marzo a terminar su cuarto medio. El primer día de clases fue con su hija, ya que aún no había logrado matricularla en el jardín. Se sentó adelante y con la niña en la falda comenzó a tomar apuntes.
Michael Muñoz, quien fue profesor itinerante, dice que hay que enfocarse en las necesidades de estos jóvenes y hacerlos protagonistas de sus vidas.
-Como dicen en todos lados, son invisibles para la sociedad y a la sociedad le da lo mismo estos cabros. Pero no se dan cuenta de que los mismo que están tapando con barro son los que van a salir después a delinquir o a consumir por falta de oportunidades -dice Michael.
Liliana Cortés, directora de la Fundación Súmate, explica que una vez que un niño o niña reingresa, las tasas de egreso escolar en las cinco escuelas que tienen es de un 90%. Solo necesitan que el sistema no se rinda con ellos.
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