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La niña de la mochila rosada

Por Ximena Torres Cautivo/ Publicado por El Dínamo

6 Octubre 2021 a las 16:38

Por Ximena Torres Cautivo, escritora y periodista/ Publicado por El Dinamo

 

Scooby Doo sonríe a la cámara. Está estampado en una mochila rosada del tamaño de la pequeña que la carga a su espalda. La niña es morena, viste blusa blanca y calcetines rojos, usa pañales. Tiene un moño y no le vemos la cara. Está sola, mirando al escuadrón de limpieza que recoge los vestigios de la bárbara manifestación contra los migrantes venezolanos en Iquique.

La desoladora imagen se viralizó en redes como símbolo de la inhumanidad de algunos con la misma rapidez con que ardieron las escasas pertenencias de los más vulnerables entre los vulnerables, los migrantes, mayoritariamente venezolanos que pernoctan en las calles de la ciudad. Los manifestantes los acusan de hacer sus necesidades en la vía pública, de prostituirse y “machetear”. De robar, alborotar, traficar cripy, acusaciones al voleo de vecinos hartos con una ola migratoria que Iquique no es capaz de absorber, y que han perdido la capacidad de discriminar o, mejor dicho, han desarrollado la capacidad de hacerlo.

Felipe Berríos, el jesuita que vive en ese Norte en crisis, reconoce que los chilenos de esas regiones están superados por las consecuencias prácticas de la falta de una política migratoria de un Estado indolente y la ausencia de medidas adecuadas, eficientes y humanitarias del gobierno central y de las autoridades locales. Otra acusación que circula en redes es que los adultos usan a sus niños para mendigar. Se lee en un sitio web de Antofagasta: “Deberían publicar que se arriendan entre sí los bebés, que si les ofrecen trabajo, no aceptan, porque les va mejor viviendo de la mendicidad, reúnen entre $50.000 y $100.000 pesos diarios”.

Y entramos en un tema central de esta crisis. Uno que debería ser prioritario: los niños.

De acuerdo a la CASEN 2017, del total de la población migrante en el país, un 12,7% corresponde a menores de 14 años. Según el Censo 2017, el 11% de los habitantes de Antofagasta son extranjeros. El promedio de educación es de 10,3 años, bajo la media nacional, que es de 11,6 años. La edad promedio es casi de 31 años. Y, la mayoría, son mujeres. Mamás con hijos a cargo; o sea, hogares monoparentales, liderados por una jefa de familia, los más desvalidos de todos, siempre.

Esos niños han sido sometidos a un estrés inenarrable: luego de recorrer 7 mil kilómetros desde Venezuela por selvas y desiertos, pasar del calor al frío, comúnmente enfermar a causa de la mala calidad de la alimentación y el agua, y de las bajas temperaturas al llegar al altiplano, ser acarreados y estafados por “coyotes”, compartir la angustia de sus madres, llegan a un país hostil, que no es ni de cerca la tierra prometida. Y a esto hay que agregar el desarraigo de los seres queridos, la discriminación, la adaptación a las costumbres sociales.

En 2018, el 11% de los 3.470 niños, niñas y adolescentes ingresados al SENAME en la región de Antofagasta –la tercera con más población migrante, después de Tarapacá y la Metropolitana–, fueron extranjeros: 399. Bolivianos, mayoritariamente. Las principales vulneraciones que han sufrido son negligencia (24,6%), abuso sexual (23,6%), maltrato físico (19,7%), ser observador/a de violencia intrafamiliar (12,5%) y abandono (5,9%).

Recién, el gobierno ha reaccionado con medidas que buscan abordar el tema como una crisis humanitaria y no como un asunto de seguridad fronteriza. La ministra de Desarrollo Social ha dicho que “estas crisis se enfrentan con medidas centradas en los padres, madres, niños, niñas y adolescentes. Estas familias han puesto sus esperanzas en nuestro país y tenemos que estar a la altura”, declaró. Tarde, pero más vale eso que nunca, porque toda la evidencia internacional indica que ante situaciones de movilidad humana masiva, la solución más eficiente, efectiva, sostenible y ajustada a derechos, comienza por el acceso a los sistemas nacionales de educación para los niños. Ese es el primer paso. El que permite que la desigualdad no se ensañe con  los más débiles, que son los migrantes menores de edad. Su desamparo es de todos los colores y, en este caso, se expresa de manera elocuente en la chica de la mochila rosada con el Scooby Doo sonriente.

Si te importa que se garanticen los derechos de la infancia…

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