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“Mad, sad, bad”: chilenas con calle

9 Julio 2018 a las 17:27

“Mad, sad, bad” significa “locas, tristes, malas” y es el título de un apasionante estudio de la escritora británica Lisa Appignanesi, especialista en Freud, que tiene como bajada la frase: “La mujer en la mente de los doctores”. El relato ilustra los prejuicios, desigualdad, abuso y el dominio de una medicina ejercida por hombres y hecha para hombres, sin consideración por las diferencias de género. Appignanesi concentra su ensayo a partir del 1800, revelando cómo la siquiatría y la sicología han relegado a las mujeres a la condición de “mad, sad, bad”, sin explorar mucho más allá de las etiquetas cómo está amoblada la azotea femenina. O sea, la cabeza, la psique de las mujeres.

Por Ximenta Torres Cautivo. 

Aunque han pasado más de 200 años desde entonces, las mujeres en situación de calle, que son sólo el 16% del total de las más de 15 mil personas que viven en esa condición en Chile, siguen siendo percibidas así, como locas, tristes, malas. Más aún, considerando que casi un quinto de ellas reporta dificultad psiquiátrica, mental o intelectual, condición que asusta y genera todavía más discriminación y exclusión.

Pero lo que más llama la atención es que a las más pobres entre las pobres se les trata de manera similar que a las ricas, libres y excéntricas, que se han permitido salirse de la norma. Es el caso, por ejemplo, de María Teresa Willms Montt, la bella viñamarina, musa de artistas e intelectuales, creativa poetisa, precursora del feminismo, que escandalizó a la alta sociedad chilena de comienzos del siglo 20. Cuando su marido descubrió que lo engañaba, un conciliábulo de hombres la separó de sus dos pequeñas hijas y fue internada a la fuerza en el Convento de la Preciosa Sangre, desde donde huyó a Buenos Aires, ayudada por Vicente Huidobro, quien, dicen, “la pretendía”. Luego partió a Europa; sus hijas quedaron en el fundo de sus suegros, los Balmaceda, en Limache. En el Viejo Continente logró la autonomía y el reconocimiento de todos. Allí, años más tarde, en París, se reecontró con sus niñas.

El olvido de los críos, la renuncia al ejercicio de la maternidad ha sido siempre vista como un rasgo distintivo de locura femenina. Una mujer que deja tirado al fruto de su vientre por correr tras otro ideal es bad, después mad y, ciertamente, sad. La Willms, que intentó suicidarse 3 veces, probó finalmente con una sobredosis de Vemoral que la tercera es la vencida, cuando tenía apenas ya no tan espléndidos 28 años. “Las mujeres somos vehementes y, por eso, inconstantes. El hombre es mil veces mejor organizado; ellos esperan. Cuando un ser femenino desea una cosa, vive, agoniza, muere por conseguirla. Y en su cabeza no hay otro pensamiento. Nosotras somos locas insaciables de ideales, y uno tras otro, sin descanso ni tregua hasta que la vejez pone término al fuego de la imaginación”, escribió Teresa Wilms, dándole tonos épicos a su intensidad.

Ivonne vive detrás de las Parrilladas Argentinas, en la Alameda Poniente, en un ruco precario coronado por un incongruente flotador rosado. Debajo de esa ruma de desperdicios, tiene su hogar junto a Guillermo, Willy, su amado. Ambos están diagnosticados como esquizofrénicos y viven en la calle. Ella habla de sus hijos, pero sólo ve a una. Sí sabe que, cuando otra mujer osa mirar a su Willy, “a mí los celos me duelen”.

La calle también duele. Daña y mata. Lo vimos en los gélidos días de junio en que murieron 10 personas probablemente por hipotermia, 7 en la Región Metropolitana, 3 en Frutillar, 1 en Quillón y otra en Copiapó, todos hombres. Pero el día a día de las mujeres en situación de calle es, sin exagerar, una suerte de muerte diaria.

En Chile y en cualquier parte de mundo, el sólo hecho de ser mujer implica riesgos y vulnerabilidades que atentan contra la salud, sobre todo la mental. Según datos de la Subsecretaría de la Prevención del Delito, de las 93.545 denuncias por violencia intrafamiliar en 2016, el 77% fueron realizadas por mujeres. Y esta violencia de género adquiere tonos más complejos en el marco de la situación de calle, amplificándola, pero, al mismo tiempo, volviéndola más sombría e invisible.

Antes de llegar a la calle, la mayoría de las mujeres que viven en ella han sufrido violencia, agresiones o maltrato. Esa es una de las principales razones que explican por qué viven en situación de calle. O de callejón sin salida, sería más apegado a la verdad. Porque si el 28,8% de ellas derivó a la calle producto de violencia intrafamiliar; el 31,5% ha padecido violencia y maltrato de parte de su pareja o cónyuge y el 15,8%, agresiones sexuales, al estar en completa desprotección, amparándose bajo los puentes, durmiendo donde las pille la noche, buscan compañía como estrategia de supervivencia. Ser maltratada, violada, abusada por el compañero de calle es pan de cada día, pero ellas normalizan los hechos y ven a su hombre más como protector que como agresor.

Las mujeres siempre hemos aprendido que somos un ser para los demás, y quien está pendiente de los otros, no lo está de sí misma. Este rasgo en las mujeres en calle entra en conflicto, porque se presume que ellas han renunciado a sus obligaciones con “sus” otros: hijos, padres, familia, pareja. Incluso han abandonado el cuidado de su cuerpo, que en el caso de las mujeres siempre está sometido al juicio de los demás, abusando del consumo de alcohol y de otras drogas, descuidando su higiene, siendo promiscuas. El delicado tema de la sexualidad femenina, que oscila entre el recato y la satisfacción de los deseos de su hombre, en su caso termina reducido sólo a lo segundo.

En el imaginario social persiste la imagen de la mujer como sicológicamente inestable, y en ese universo de prejuicios, la más crítica de todas es la que vive en calle. Y la rica excéntrica, la loca linda, la Wilms en Chile, la Carrington en Europa y en México, de donde es también la fascinante Nahui Ollin, seudónimo de la pintora y poetisa Carmen Mondragón. Mujeres intensas, atractivas, libres, que en sus experiencias extremas se emparentan con las que viven en la calle. Y que, como nos dijo María Isabel Plá, la ministra de la Mujer y la Equidad de Género, cuando salimos en la noche más larga del año y conocimos a Ivonne y a otras mujeres que viven en la calle: “Ellas merecen ser incluidas, lo que implica comprensión, empatía, despojarse de cualquier etiqueta prejuiciosa, nacida del desconocimiento y el temor. Y, desde luego, merecen una aproximación a sus problemas de salud mental con una perspectiva de género”.

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