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Mario Carreño:

El primer habitante de Vivienda con Apoyo

Es el primero en llegar a este programa piloto pionero en Chile financiado por el Ministerio de Desarrollo Social y operado por el Hogar de Cristo en Santiago, que se inspira en “Housing First”, estrategia que parte devolviendo a las personas en situación de calle su derecho a la vivienda como primer paso para lograr su total reinserción social.

Por María Teresa Villafrade

30 Abril 2019 a las 13:04

 

“Qué historia mía le cuento, ¿la buena o la mala?”.

Así comienza Mario Antonio Carreño Ubilla el relato de su vida “marcada por cosas buenas y malas”, como le gusta decir (ver video). El capítulo más reciente comenzó el 19 de marzo de 2019, día en que lo fueron a buscar al albergue de 30 personas donde se encontraba, en la comuna de Buin. “Me fui sin despedirme, porque era demasiada la emoción”, dice. No era para menos ya que ese día dejó atrás un pasado lleno de dolor, tras vivir ocho años en situación de calle, para convertirse en el primer residente de la “vivienda con apoyo” que el Hogar de Cristo habilitó para él y otros dos compañeros más, en la comuna de Estación Central.

Este programa impulsado por el Ministerio de Desarrollo Social y Familia, es pionero en Chile y tiene como objetivo proveer de vivienda a adultos mayores vulnerables que han pasado muchos años en la calle como único hábitat y acompañarlos en su proceso de adaptación a través de un equipo multidisciplinario que los ayuda a conectarse con su entorno y redes de apoyo. Habrá dos pilotos: uno en Concepción, para doce personas, y el del Hogar de Cristo, para 15, distribuidos en cinco casas, una de las cuales -color amarillo azafrán, con tres habitaciones de tamaño equivalente- es la que ocupa Mario y otro par de hombres, que como él, experimentaron la situación de vivir en calle por varios años.

“¿Por qué yo? ¿Por qué no otro?”, se pregunta Mario al borde de las lágrimas, no pudiendo creer en su buena suerte: es el primero de los residentes en llegar a la casa de tres dormitorios, la que compartirá con otros dos adultos mayores como él. Con su maleta y sus enseres repartidos en distintas cajas, los va llevando uno a uno a su dormitorio, antes de darse un descanso y relatarnos que su vida comenzó hace 72 años en un pueblito de la comuna de Paine llamado Curitrín.

“En esa época era muy difícil llegar a inscribir a la gente, había que bajar del pueblo hasta la comuna de Paine donde estaba el registro civil. Fui inscrito 10 días después de mi nacimiento, por eso yo siempre digo que cumplo dos veces al año. Llegamos a ser 9 hermanos, pero mi madre tuvo pérdidas dos veces de trillizos por lo que habríamos sido 15. Antiguamente, las familias eran muy numerosas. Mi padre era carpintero, él construía casas al estilo antiguo, de adobe. La casa nuestra que él construyó todavía está en pie. La tienen en arriendo, queda justo en una curva muy cerrada, todo el mundo se pasa de largo y choca frente a la casa. Yo les digo más le vale que la arreglen porque esa casa es mía”.

En La Paloma hizo sus primeros estudios, pero después su familia se trasladó a Buin y él tuvo que comenzar de cero la primaria. Llegó a segundo de humanidades, lo que equivale a octavo básico de hoy. Luego, entró la Marina y tras dos años de estudio se convirtió en experto en maniobras. “Yo era bueno para los números y las leyes, me dediqué a abastecimiento como especialidad, pero eso después se acabó y volví a casa, a trabajar la madera, porque nosotros nunca pedimos trabajo, teníamos lo propio y lo hacíamos muy bien”, dice, con orgullo.

“LA CALLE ME OBLIGÓ A OLVIDAR”

En 1973, tras el Golpe Militar, la familia decidió emigrar a Brasil. Allí abrió su fábrica y vivió con su esposa y dos hijos durante 16 años. Les fue muy bien en Río de Janeiro, donde hizo muchos amigos, sin embargo, una estafa lo perjudicó y debió regresar. “La otra parte de mi familia se quedó allá, el problema más grave que hasta hoy día me molesta, que la propia familia a la que le di todo, me haya dado la espalda”.

Sin trabajo ni familia, volvió a Chile, a Ñuble. Trabajó para Codelco elaborando el mobiliario y para el hotel Ritz Carlton: “Les hice todas las cúpulas de madera para la iluminación de sus suites, nadie en Santiago pudo hacer ese trabajo”. Esa parte de la empresa se cerró y quedó en la calle. “Nadie supo valorar mi trabajo. Estuve ocho años en situación de calle, pero lo peor fue cuando me operaron del corazón y nadie de mi familia me fue a visitar. La calle me obligó a olvidar, porque eso me afectaba mucho. Yo nunca me voy a echar a morir. Más de algo haré en favor de los que me han dado una mano ahora que ya estoy en este nuevo hogar, quiero compensar por lo que hicieron por mí”.

Ahora Mario tiene un dormitorio para él solo y cada mañana se levanta temprano a regar su jardín. Atrás quedaron las noches en que dormía sentado en las afueras del Hospital de Buin. Emocionado, se despide con una huincha de medir en la mano: hay arreglos que él quiere hacer. Así lo dejamos, trabajando feliz en su hermosa casa con flamantes electrodomésticos nuevos.

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