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“Mis clases son una especie de call center educativo por internet”

3 Noviembre 2020 a las 14:47

Así define Darinka Suazo (33) la tarea que realiza virtualmente de lunes a viernes como profesora en una escuela de reinserción educativa, que acoge a 46 jóvenes excluidos de la educación en Lota, una de las comunas más vulnerables en la región del Biobío. “El desafío hoy es educar a muchachos que están cuidando a sus hermanos menores, no tienen internet, usan el celular viejo de su mamá y todo tipo de limitaciones”.

Por Matías Concha P.

Darinka es profesora de biología en la escuela Nuevo Futuro, que apoya el desarrollo y nivelación de estudiantes que han estado fuera del sistema escolar o tienen rezago en su trayectoria. Antes de la pandemia, el trabajo era ciento por ciento en terreno, con visitas constantes a estudiantes que dejaban de asistir a clases. “Pero con el cierre de la escuela, se tuvo que cambiar la metodología y realizar el seguimiento uno a uno a través del teléfono, de grupos de WhatsApp y videollamadas en caso de que los alumnos necesiten algún tipo de contención”.

Esta realidad ha acrecentado las brechas sociales en la educación, tomando en cuenta que muchos alumnos por su situación de vulnerabilidad no tienen celular ni internet en sus hogares. “La vida de mis muchachos es sumamente compleja siempre. Y, en pandemia, me dicen: “Profe, no tengo computadora, voy a tratar de conseguirme una, o lo puedo hacer el trabajo en el cuaderno, sacarle fotos y mandárselas”. O me explican: “Profe, en mi casa solo hay un celular y solo sirve para hacer llamadas”, “Profe, yo no tengo internet para navegar, el de mi celular es sólo para redes sociales”, “Profe, el teléfono de mi mami es viejo, no sirve, ¿qué hago?”, “Profe, yo tengo internet, pero está re malo, no me carga”, “Profe, mis papás siguen trabajando, yo estoy cuidando a mis hermanos, no sé si pueda conectarme”.

La educación en línea asume que todos tienen condiciones óptimas de conexión a internet, profesores con las capacidades suficientes y padres con tiempo. Pero la mayoría de las veces no es así y presionar para que los profesores eduquen en la casa puede traer problemas, especialmente con jóvenes que viven en contextos de pobreza. “Muchos de los chicos que han llegado a la escuela, han sufrido graves experiencias de bullying, entonces llegan sin confianza, sin seguridad, con poca autoestima. Pero como profesora, uno tiene que ofrecerles herramientas distintas, no solo la educación formal, sino también el trabajo personal, ¿cómo lograr eso desde una pantalla de computador?”, se pregunta la profesora.

En la región del Biobío hay más de 15 mil niños y jóvenes excluidos del sistema educacional, la mayoría proveniente de familias vulnerables socialmente. “En nuestra escuela hay chicos que viven en poblaciones súper complicadas, donde es normal portar armas, vender o consumir drogas… Es un actuar normalizado, por eso antes que rechazar, en la escuela nos ponemos en la piel de los jóvenes, explicándoles que sí es posible llevar otros caminos de vida”, indica Darinka. Luego agrega: “Esto no lo digo porque suena ´bonito´ o ´inclusivo´, lo cuento porque es algo real.  Por eso en lo inmediato nos preocupa que la pandemia siga castigando los tropiezos de los jóvenes, sin entender los contextos sociales que viven”.

La mayor parte de las clases online que se han implementado en la región son  respuesta de emergencia a la crisis sanitaria. Así, los profesores intentan transmitir conocimientos a jóvenes cuyas familias están empobreciéndose. “En pandemia todo se ha hecho aún más difícil, casi imposible, ahora mis clases son una especie de call center educativo por internet”, dice Darinka. Entonces concluye: “Nos vimos en la obligación de visitar a los muchachos en sus propias casas, obviamente tomando todos los resguardos. Pero es la única forma que hemos encontrado de motivarlos a seguir estudiando, les llevamos guías, conversamos sobre sus problemas, les damos contención, todo para que sigan estudiando”.

DÍALOGO TÍA Y ALUMNO

Esta situación guarda un trasfondo mucho más dramático: la exclusión educativa no comenzó en pandemia, sino muchísimo antes. Así lo revela Sergio Rivera (19), un alumno que cursa cuarto año medio en la escuela Nuevo Futuro en Lota, que llegó a la escuela de reinserción educativa hace cinco años por temas de bullying. Cuenta:  “En los colegios que había estado me decían ´guacho´, porque mis papás se habían separado. En ese tiempo no entendía que no era mi culpa, pero termine castigándome a mí mismo, me enojaba no ser capaz de enfrentar a mis agresores”, explica Sergio, emocionado. Recuerda que producto de la violencia dejó de ir al colegio, que sus padres jamás se enteraron, pero terminó pasando el día en la calle. “Al final repetí más de cinco veces, pensé que nunca saldría del liceo”.

A partir de ese momento, Sergio pasó a formar parte de los 187 mil niños y jóvenes de entre 6 a 21 años que están excluidos del sistema escolar en Chile, sin haber completado sus 12 años de escolaridad obligatoria. Una cifra que podría llegar a afectar a unos 80 mil muchachos más a causa de la pandemia.

“Llegué a Súmate porque nadie más me quería, fue súper rápido, comencé cursando quinto y sexto básico, ahora estoy a punto de salir de la escuela, pero el virus ha hecho que todo sea más difícil, en mi casa no hay internet o funciona cuando quiere, así estamos la mayoría de los chiquillos, dependemos de que los profes nos vengan a dejar las guías de estudio a la casa”.

La brecha digital se ha convertido en un nuevo rostro de la desigualdad. Según la Unesco, hoy más de 1.500 millones de niños y jóvenes en el mundo han sido obligados a dejar de asistir a la escuela. Y frente a esta desoladora imagen, Darinka, profesora de Sergio, se reúne con su alumno para discutir cómo el virus continúa afectando la vida de ambos lejos del aula de clase.

-Tía Darinka, la firme: ¿cómo se ha sentido en la pandemia?, pregunta Sergio.

Ella responde:

-Uno como profesora siempre tiene que sentirse “bien” para escuchar a los alumnos, pero la realidad no siempre es así, hay momentos en los que también he tenido mis bajones. Por ejemplo, no me ha sido fácil dar clases online, cocinar para mis hijos, hacer aseo, salir a terreno con el virus dando vuelta, no es fácil lidiar con todo. ¿Y tú Sergio, cómo te has sentido?”.

-Yo creo el encierro nos jode a todos tía, pero siendo justo, yo me siento afortunado, lo que he vivido es poco comparado a otras familias de amigos, que están encerrados con violencia intrafamiliar, sin nada que comer, eso sí es grave.

-¿Y qué te pasa con la escuela, la extrañas?

Sergio guarda silencio, luego le explica:

-He visto que en la tele dicen que se viene la “educación tecnológica”, pero eso yo no lo he visto, quizás no nos ha tocado a nosotros, por eso prefiero la sala de clases, el ruido, los profes, estar con los chiquillos, ver a mis amigos.

Los dos se despiden, pero antes de marcharse, el alumno le recuerda a su maestra que este año, a pesar de todo el esfuerzo, no tendrá ceremonia de graduación a fin de año. “Me da pena por todo el empeño que le pusimos, pero lo que está dando vueltas en el aire no es chacota, por eso le doy las gracias por venir a dejarme las guías de estudio a mi casa, tía Darinka”, finaliza Sergio.

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