
“Lo principal es colocar los pilotes y las vigas, porque la casa se movió y se está deslizando para abajo. Esto se debe a que corre agua por ahí”, explica, angustiado, Sergio Peña (63), que vive frente al Fuerte de San Antonio, en Ancud.
La mediagua que construyó junto a su esposa Marcela hace 15 años se levanta sobre pilotes, como un pequeño palafito. Hoy, el paso del tiempo, la lluvia y la humedad de la isla han carcomido la madera hasta poner en riesgo su estabilidad.
Sergio Peña y su esposa Marcela no tienen muchas razones para sonreír. Su mediagua literalmente “hace agua”.
Sergio barre a diario los sectores cercanos al Fuerte San Carlos —donde se conserva un histórico polvorín— y la costanera norte que bordea la Playa Arena Gruesa. Su contrato, a través de un prestador externo de la municipalidad, le reporta un ingreso mensual de unos 450 mil pesos. Con eso sostiene su hogar, a su esposa de 51 años, un perro y un gato. “La plata no nos alcanza para pasar el mes. Hace siete años invertí 300 mil pesos para sostener la mediagua y de no ser por eso, ya no tendríamos dónde vivir”, cuenta.
En el terreno familiar donde se instaló, nada está regularizado. “No hemos dividido nada, pero yo vivo acá normalmente. Ninguno tiene plata para pagar un abogado y hacer los trámites”, explica. Las lluvias que caracterizan a Chiloé corren por el sitio, encharcando el suelo bajo la vivienda y debilitando sus cimientos.
Sergio y Marcela tienen un hijo de 19 años que cursa estudios universitarios, pero que fue criado por la hermana de Sergio y su cuñado. “A nosotros nos dice tíos, porque de chico lo criaron ellos. Pero sabe que somos sus padres y lleva nuestros apellidos”, relata con una mezcla de orgullo y resignación. El joven los visita cuando puede, aunque su vida transcurre en otra comuna cuyo nombre se le escapa a Sergio.
La realidad de esta pareja no es aislada. Según datos de 2025, Chiloé cuenta con 38.396 adultos mayores, equivalentes al 20,8% de su población. Muchos habitan viviendas precarias que, bajo las lluvias interminables del archipiélago, requieren reparaciones constantes que superan sus ingresos.
El Hogar de Cristo, a través de Match Solidario, busca movilizar apoyo para Sergio Peña y otros vecinos que ven cómo sus casas se deterioran sin poder enfrentarlo. “Queremos que Sergio y Marcela puedan vivir tranquilos, sin miedo a que su hogar se venga abajo”, señala Fanny Torres, monitora del programa de atención domiciliaria a personas mayores (Padam) de Hogar de Cristo en Ancud.
Con desazón, Sergio Peña muestra los pilotes y vigas que debe renovar para que su vivienda siga en pie.
Historias como la de Sergio recuerdan que detrás de cada estadística hay rostros y esfuerzos silenciosos. Apoyar a quienes envejecen en la pobreza no solo significa reparar techos o cambiar vigas: es reconocer su dignidad y derecho a habitar un lugar seguro, aun en medio de la lluvia persistente de Chiloé.
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