Vivió en calle y hoy es voluntaria de Hogar de Cristo
Su historia es bien especial. Tanto que nunca ha querida contarla, hasta hoy. Pasó por varios programas del Hogar de Cristo: hospedería, acogida y casas compartidas. Actualmente se las arregla gracias a un subsidio de arriendo y es voluntaria en la cocina de la hospedería de Valparaíso que atiende a 50 personas en situación de calle cada día. Todo gracias a su generoso corazón.
Por María Teresa Villafrade
30 Julio 2024 a las 21:35
A Teresita Vásquez Hidalgo (68) la vimos por primera vez trabajando como voluntaria en el comedor Puente Cancha del estero Marga Marga, en Viña del Mar, en plena pandemia. Su corazón es tan generoso que no concibe su vida sin ayudar al prójimo, pese a que ella ha sido siempre merecedora de toda la ayuda que se le pueda brindar.
Daniela Moreno, la jefa de la hospedería mixta de Hogar de Cristo en Valparaíso, donde se atiende a 8 mujeres y 42 hombres que viven en situación de calle, nos dice que siempre ha querido que Teresita cuente su historia, pero nunca había querido hacerlo hasta hoy.
“Para nosotros, ella es un ejemplo importante de superación, en todo sentido. No solo porque estuvo en varios de nuestros programas como son la hospedería, el programa de acogida y las casas compartidas. Sino porque siempre ha tenido ese espíritu de servicio y de ayuda al más necesitado. De lunes a viernes, viene todos los días a servir como voluntaria en nuestra cocina”, dice Daniela.
Al comedor Puente Cancha donde fue también voluntaria, lo dejó, aburrida de que les entraran a robar a cada rato.
Margarita Teresa Vásquez Hidalgo nació en Quilpué, en una casa de adobe y no en un hospital. “Soy más vieja que el hospital de Quilpué”, dice sonriendo. Agrega: “Años atrás fui a ese lugar, la casa estaba ubicada en el paradero 27 de la población Las Viñas, pero no queda nada de ella”.
“Mi papá era curaíto y hacía fletes en un carretón. Pero jamás nos faltó comida en la mesa. Sería mentirosa si dijera que yo pasé hambre. Al contrario, mi mami era de las que regalaba comida. Lo recuerdo como si fuera ayer. De ella me debe venir eso de ayudar a otros”, cuenta.
Le preguntamos si prefiere que la llamen Margarita o Teresa y responde que le da lo mismo. “En el comedor Puente Cancha, me decían Teresita o Negra. En la hospedería también me dicen Teresita”, razón por la cual optamos por Teresita.
Cuenta que solo estudió hasta sexto preparatoria, “porque la cabeza no me dio para más”. Desde ese entonces se puso a trabajar ayudando en su casa. Hace años hizo un curso de manipuladora de alimentos, pero no tiene el cartón que lo acredite. “No estoy capacitada para cocinar, por eso aquí solo soy ayudante de la cocinera”.
En la pandemia aprendió a tejer cuellos y gorros de lana y a hacer bolsas de género a mano. De lo que vende en la plaza Aníbal Pinto genera ingresos que se suman a su pensión básica solidaria. “Con eso vivo bien, no necesito nada más”, asegura.
Sin embargo, tiene un dolor en el brazo. Asegura que durmiendo se debe haber caído de la cama y ella misma está haciéndose las terapias para sanarse.
Así es de “aperrada”, la Teresita.
Vive en el cerro Playa Ancha, más arriba del estadio Elías Figueroa. Y todos los días, de lunes a viernes, se desplaza hasta la calle Retamo. Ahí está ubicada la hospedería de Hogar de Cristo en Valparaíso, donde ayuda en la cocina.
Gracias al subsidio de arriendo que recibe, paga solo 20 mil pesos mensuales por su casa más los gastos de luz, agua y gas.
“Estoy muy feliz, mi casa es segura, segura. Tiene dos dormitorios y dos baños, es un lugar donde viven las señoras cuicas”, relata con picardía.
Reconoce que siempre quiso vivir en Viña del Mar, porque le gusta más esa ciudad. “Por suerte no me fui para allá, no ve lo que pasó con los incendios. De seguro habría muerto por allá arriba”, dice, aludiendo a los campamentos que se quemaron en febrero pasado en el mega incendio.
Una vez se casó, en 1978. Se separó el 2009 porque el matrimonio “no daba para más”, asegura. Antes de casarse, perdió un hijo y nunca más se embarazó.
“Cuando inicié los trámites para separarme, mi ex marido me pidió dos millones de pesos por la firma, el lindo quería que le pagara. Me dijo que yo iba a vivir más botada que un pucho de cigarro. El año pasado él murió, solo y en el olvido. No soy millonaria pero vivo bien, no me falta nada”.
-¿No le hizo falta un hijo?
-Al principio quizás sí, pero ya no. Tengo cuatro hermosos sobrinos.
Fue en 2011 cuando vivió 8 meses en la calle, junto a una persona que ya falleció. “Siempre quise saber lo que era vivir en la calle. Entonces un día me decidí y le dije a mi pareja que tenía en ese entonces lo que iba a hacer. Si querís me acompañas pero si no, sé defenderme sola, le dije. Me acompañó, era curaíto pero siempre me cuidó harto”.
Reconoce que fue una experiencia muy dura. Se instalaron frente a la feria de Viña del Mar en el estero Marga Marga, donde conoció también mucha solidaridad.
“Nunca quise probar ninguna droga, yo fumaba cigarrillos, pero lo dejé también. Me tocó ver gente que vivía peor que yo. Estando en calle recibí harta ayuda, eso sí, nos regalaban comida, café, té. Una vez me pagaron 500 pesos por un cigarro, me sirvió para cualquier cosa. Yo recogía cosas, reciclaje le llaman ahora, y cocinaba con leña, para lavar ropa, usaba el pasto como tendedero. Para mí fue una experiencia dura, pero bonita. No pasé hambre ni frío, al contrario, nos regalaban ropa, frazadas, hay mucha solidaridad. Al menos así me pasó a mí”.
Viviendo así, la vio su prima y quedó impresionada. “Ella me pilló y me dijo ¿qué haces tú aquí? le contó a la familia que yo andaba con el Miguel, el finado, y que eso no podía ser. Entonces me dijo cómo podís estar aquí siendo mujer?”.
Teresita cuenta que en una ocasión, estando ella en el ruco con otras dos personas que ya fallecieron, llegó un hombre a causar problemas. “Yo siendo mujer lo amenacé con agarrarlo a palos. Siempre me hago respetar en todas partes”.
Un día hace ya 6 años, cayó enferma en el hospital de Quilpué, donde estuvo 15 días internada. Su único hermano cuidaba del padre postrado de ambos. Ella no tenía dónde llegar. Su amiga Gladys Videla, del comedor Puente Cancha, la llevó al Hogar de Cristo, donde estuvo por más de dos años mientras se recuperaba.
“Yo de primera me sentía mal, porque nunca había estado en un sitio así, me sentía presa. Después me acostumbré. Durante el día, debíamos salir de la hospedería. Ahí me puse a tejer y a vender gorritos y cuellos”.
Todavía colabora en la Iglesia Corazón de María, los viernes en la tarde, donde llegan entre 70 y 80 personas en situación de calle a comer.
“No sé, nació de mí, me gusta. Nunca he sentido lástima, solo amor y cariño, porque a mí me carga que me compadezcan, entonces tampoco voy a sentir lástima de otro. Cuando estuve con la mano enyesada y me decían pobrecita, me cargó. Mi defecto es que tengo mal genio. Virtudes no me reconozco ninguna”, señala esta mujer que solo hace favores a sus amigas y se preocupa de ayudar siempre al que es más pobre que ella.
-¿Y hasta cuándo quiere seguir siendo voluntaria en Hogar de Cristo?
-Hasta que me den las fuerzas.
Y vaya que se necesitan más voluntarios como ella. La Región de Valparaíso es una de las que más personas en situación de calle registra a nivel nacional junto con la Región Metropolitana y Biobío.
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