Cuentan que han visto a muchos comer de la basura, que las personas en situación de calle han aumentado en la ciudad y que la cifra oficial habla de al menos 800. Katherine y Reginaldo recorren la extensa costa de la ciudad puerto apoyando a mujeres, inmigrantes, adultos con enfermedades mentales y alto consumo de alcohol y drogas, que viven la más cruda de las pobrezas.
Por María Teresa Villafrade
27 Diciembre 2019 a las 12:06
Katherine Labarca y Reginaldo Pérez forman parte del equipo de nueve voluntarios del programa Ruta Calle del Hogar de Cristo en Antofagasta. Ellos financian enteramente la actividad que desarrollan cada semana y también reciben donaciones de ex participantes. Así logran recorrer la ciudad de sur a norte y en el sector costero, llevando alimentos, café caliente, compañía y abrigo a quienes más lo necesitan.
“Lo que hacemos es un milagro porque sin las manos de los voluntarios y la gente que nos coopera, no existiría este programa”, dice Katherine Labarca (39), ingeniera en ejecución metalúrgica y madre de tres hijos.
Voluntaria desde hace 21 años, para ella las salidas a terreno son su motor: “Puedo estar muy cansada pero una vez que salimos, todo se me pasa, me afloran una fuerza y un entusiasmo que para mí, vienen del padre Hurtado, ya que este programa lo inició él. Tiene su sello y es muy significativo”.
Comenzó esta labor en 1998 cuando estudiaba en la universidad. Nacida en Copiapó y educada en Caldera, siempre estuvo vinculada a la Iglesia como monitora. “Llegué al programa a través de un amigo y nunca más me fui. Desde el primer día me encantó, no sé explicar cuando me preguntan por qué. Conocí a mi esposo aquí, porque él, junto a Rodrigo Miranda, Gonzalo Macaya y Norma Arancibia, comenzaron la Ruta Calle. He sido encargada del programa y junto a mis hijos organizamos actividades de Navidad y Fiestas Patrias, toda la familia está involucrada”, explica, orgullosa.
Actualmente experimentan una baja en el número de voluntarios y necesitan muchos más, porque ha crecido la cantidad de personas en situación de calle en Antofagasta. “Han aumentado, muchos vienen del sur en busca de un clima más benigno y otros son inmigrantes que no han encontrado trabajo. Nosotros en un mes alcanzamos a recorrer el sur, el norte y la costa, porque por falta de manos tuvimos que reducir nuestras salidas a los viernes nada más. Antes salíamos los martes también. Hemos sido poco visibles y nuestros voluntarios trabajan en turnos en su mayoría, entonces es complicado”, dice Katherine.
Respecto a las causas que llevan a las personas a vivir en la calle, dice que son variadas, algunas por consumo de alcohol y drogas, otras por problemas familiares o situaciones más trágicas como las que vivió Manuel, un empresario muy culto que se vino del sur tras perder a toda su familia en el tsunami de 2010. “Cayó en la depresión y el consumo de alcohol. Tiene sus etapas, a veces está muy bien. Le encanta leer y nos pide siempre libros incluso en portugués”, detalla.
Hay también mujeres, aunque en menor número que los hombres: “Evelyn, quien hace tiempo vive con su pareja Jorge en la calle; Wendy, Romina, Carolina, Johana, la gitana”. Cuenta el caso del sudafricano Terrence, quien estuvo muy enfermo en calle y lo convencieron de ingresar a la hospedería. Durante un tiempo se dedicó a estudiar gracias a una beca, pero volvió a la calle.
-¿Cómo han vivido ellos y ustedes el estallido social?
-La gente de la calle es dura, resiste más los hechos de violencia, no habla del tema, como que le da lo mismo. Solo supimos de dos casos de agresiones por parte de los manifestantes: a Juan lo golpearon en la cabeza y hemos ido a hacerle curaciones, pero ahora estamos haciendo gestiones para llevarlo en ambulancia, porque tiene un pie demasiado hinchado, le cuesta caminar. A María le llegó un golpe en la sien, porque ella vive en un sector donde las protestas han sido más violentas. Nosotros no pudimos salir algunos días, pero en general nunca ha sido peligroso para los voluntarios. Vamos con nuestra pechera puesta que es nuestro distintivo y escudo. Las personas en situación de calle nos reconocen y nos reciben muy bien, nos respetan y nos quieren”, afirma.
“HAY MUCHA INDIFERENCIA”
Reginaldo Pérez (55), operador de maquinaria, llegó de Santiago a Antofagasta hace 22 años. Se hizo voluntario por casualidad. Trabajaba en una empresa minera y hace una década ganó un fondo concursable que consistió en dos millones de pesos. Lo donó todo al hogar de ancianos que antes funcionaba en la sede principal del Hogar de Cristo. “La directora me invitó a ser voluntario de ese mismo lugar y como me gustaba mucho el cine, les hacía a los residentes un taller de cine, les traía galletas y les mostraba una película. Hace cinco años se terminó el hogar de ancianos y entonces me invitaron a sumarme al programa Ruta Calle, me gustó y sigo hasta hoy”.
-¿Por qué razón te gusta ser voluntario?
-Me gusta ayudar, me ha ido bien y quiero devolver la mano. Antes trabajaba mucho y no me quedaba tiempo, pero igual estaban las ganas. Muchos llegan a la calle por enfermedades mentales que nunca fueron tratadas, otros por vicios, pero de todos, uno aprende, a cualquiera le puede pasar. Por eso digo que siempre habrá personas viviendo así, la labor nuestra va a ser necesaria siempre.
-¿La crisis social no ha despertado más solidaridad entre los antofagastinos?
-Hasta ahora no. Hay mucha indiferencia, pero el problema está y es visible. Vemos en el centro a gente buscando comida en la basura, pidiendo plata, drogándose o tomando. Un joven que limpia autos me contó que gana un millón mensual pero todo se le va en la droga. Dice que no puede dejarla. Hemos invitado al grupo a muchas personas, en especial a los jóvenes, algunos se entusiasman al principio pero después dejan de venir. Necesitamos más manos. Incluso hemos pensado cambiar el día, de viernes a domingo, a ver si conseguimos más voluntarios. Tenemos que tener un recambio, porque nosotros no vamos a estar toda la vida.
Fotografías: Camila Toro