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Todo empieza por casa…

incluida una muerte digna

El programa Vivienda Primero cumple 4 años de funcionamiento. Partióoficialmente en dos casas en la calle Ruiz-Tagle, de Estación Central, donde fue inaugurad. Mario Carreño era uno de esos primeros beneficiarios; hoy ya son 547. De ellos, 34 han muerto, incluido Mario, quien se fue con la dignidad que da contar con techo, atención y cariño en enero pasado gracias a este revolucionario programa social, y no botado en la calle, como pudo ser.

Por Ximena Torres Cautivo

22 Junio 2023 a las 21:49

“Fui a cantar una noche con el piano
y un cartel escrito con dolor decía
que la calle no es un buen lugar para vivir…
mucho menos para morir”.

Fito Paez canta este verso lleno de verdad en su canción “La Ciudad Liberada”. ¡Cuánta razón tiene! Peor que vivir en situación de calle, es morir en esa condición.

Por hipotermia, aturdido por el alcohol, inconsciente de la última exhalación, ahogado a veces en los propios fluidos. Ese es el corolario de una vida marcada por la vulneración.

El programa Vivienda Primero, que entrega una vivienda digna y sin condiciones de buena conducta, a personas mayores de 50 años y con al menos cinco viviendo en la calle, en cuatro años de funcionamiento ya ha sacado de esa situación a 547 hombres y mujeres.

Treinta y cuatro de ellas han muerto.

Acompañadas, atendidas, cogidas de la mano de alguna persona significativa, en una cama y en una casa caliente, bajo un techo protector. Reconciliadas con su pasado y, sobre todo con dignidad, porque efectivamente nadie merece morir en la calle.

Mario Carreño fue uno de los primeros beneficiarios del programa Vivienda Primero, política social financiada por el Ministerio de Desarrollo Social con el apoyo del de Vivienda, que se inauguró oficialmente en dos casas de calle Ruiz-Tagle, en Estación Central.

En primer plano aparece Mario Carreño. Está junto a su compañero en Vivienda Primero el día en que llegaron a ocupar su casa.

Mario apareció dando su testimonio en televisión. Y en un video en que registramos su ingreso a la casa, dijo “ni muerto me sacarán de aquí”. En enero de este año, una madrugada de verano, sufrió un infarto fulminante en la casa de Ruiz-Tagle. Antes de llegar al programa, había tenido muchas hospitalizaciones, pero en los cuatro años que estuvo en el programa, no presentó problemas de salud y su vida fue tranquila y enriquecedora para todos los que se relacionaron con él. “Era un siete como persona y se hizo muy amigo de Paulo, el terapeuta ocupacional que estuvo inicialmente a cargo del programa en ese sector de Santiago”, nos cuentan quienes lamentan su partida.

DESCANSAR LITERALMENTE EN PAZ

¿Es mucho que dentro de los 547 participantes de Vivienda Primero en estos 4 años hayan muerto 34 personas?

Es lógico, habría que señalar.

Incluso es bajo como tasa de mortalidad, considerando el deteriorado estado de salud en que llegan y las comorbilidades que arrastran a partir del daño físico y mental de tanto tiempo viviendo a la intemperie, privados de todo.

Todos tienen más de 50 años –la mayoría está en los 60– y estuvieron al menos durante cinco en situación de calle. Y ese trance no es leve en cuanto al impacto sobre la salud y el envejecimiento prematuro. La calle deja huellas, enferma y mata.

Las personas que viven en la calle están más expuestas a desnutrición, presentan problemas de salud previos y el hecho de vivir a la intemperie bajo temperaturas extremas las pone en una situación de precariedad y peligro objetiva. Numerosos estudios revelan que vivir en la calle es un factor de riesgo intrínseco para enfermar y para morir. Hay abultada bibliografía que dice que, por el hecho de haber vivido en la calle, la persona muere 15 años antes que los que no han pasado por esa experiencia extrema. Y que físicamente se ven mayores de lo que son, al menos unos 10 años. El de 40 luce de 50; el de 50, de 60; y así… Es al revés de los slogans de productos antienvejecimiento.

Como explica Andrés Millar, director de inclusión del Hogar de Cristo:

–Todos los participantes de Vivienda Primero tienen un severo deterioro de salud, consecuencia de su vida en calle. Llegan con muchos problemas de base al programa. Pienso que algunos de los que han muerto quizás se deba a que se liberan de la lucha incesante que ha significado para ellos sobrevivir en calle. Es como si biológicamente dejaran de luchar por la supervivencia diaria y, cómodos, seguros y cuidados, finalmente se permitieran descansar.

Descansar, literalmente, en paz.

#TODOEMPIEZAPORCASA

Tamara Elgueta, jefa del programa Vivienda Primero en la Región Metropolitana Centro del Hogar de Cristo, habla de las personas a las que apoya y de las nueve a las que ha acompañado de cerca en ese trance final. Dos de las nueve han sido mujeres.

–Una de ellas tenía síndrome de Turner, un trastorno genético que genera problemas endocrinos, hormonales, infertilidad, sufría de un problema renal severo. En el programa logramos que accediera a tratamiento de diálisis y fue en una de esas sesiones que se le produjo un ACV, un accidente cardiovascular fulminante. Murió ahí, sentada, dializándose en ese sillón de tratamiento.

Pero tratada, acompañada, con sus controles de salud al día. Duele imaginar cómo habría sido ese ACV si le hubiera sobrevenido en un ruco, en la calle, cruzando una autopista, deambulando por la ciudad. Sin papeles que permitieran identificar su cuerpo, estando por días en la morgue, yendo a dar como NN a una fosa común. Y alienta saber que no fue así, gracias a Vivienda Primero.

Mabel Correa vive hace 4 años en Vivienda Primero. Su compañera en el programa es una de las mujeres que han muerto bajo el abrigo de un techo. “Se fue con atención y dignidad”, dice.

Tamara es trabajadora social y, antes de estar dedicada a la realidad de la calle, se dedicó a la asistencia de mujeres víctimas de violencia. Sabe que el daño que arrastran las mujeres de Vivienda Primero y todas las que han vivido la miseria de la calle, es mucho más profundo aún que el de los hombres.

–El abuso sexual, muchas veces incestuoso, desde la infancia, las marca. Las culpas de todo tipo, donde la maternidad es un tema, también. La Isa, por ejemplo, no asume ese tema y no cuenta mucho. Ella dejó su casa y a sus hijos a causa de la violencia de su marido. Tiene la prueba en su cara: un puñetazo le fracturó un pómulo y el ojo se le cayó, lo tiene más abajo que el otro– suspira con agobio la profesional, que conoce a cada una de las mujeres y a cada uno de los hombres a los que le toca atender.

Son 36 en la zona de la Región Metropolitana que ella dirige, de los cuales ocho son mujeres. Se refiere a cada uno de los 36 por sus nombres de pila. Sabe quién comparte casa con quién. Y quiénes viven solos porque lo complejo de su psique no facilita la convivencia con otra persona. Está encima de cada caso.

Es como una la gran dueña de casa de un hogar muy especial, porque, como dice nuestra campaña de invierno, #TodoEmpiezaPorCasa y ésta es la #ViviendaPrimero de estas más de quinientas personas mayores, que durante años vagaron por la ciudad sin ser vistos, sin un techo, sin comida, sin trabajo, sin documentos. Porque todo empieza por casa, incluso la muerte.

Una muerte digna, humana y con asistencia, que es otro de los beneficios de este programa que te pedimos ayudar a financiar y extender a más personas que hoy tienen frío y viven en la calle. Involúcrate aquí.

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