Miguel Lawner (97), Premio Nacional de Arquitectura 2019, profesional reconocido y respetado, es radical con los mal llamados guetos verticales de Estación Central, las megatorres que comenzaron a surgir en la segunda década del siglo 21. Para él la manera más ejemplificadora para impedir que ese crecimiento vertical desmesurado y sin ninguna planificación urbana vuelva a repetirse en una comuna chilena es “dinamitar de manera controlada la estructura mayor, como se ha hecho en Europa”.
El dirigente vecinal que preside la agrupación de defensa del barrio Estación Central desde que empezaron a emerger estas megatorres, el contador auditor Alejandro Verdugo (79), aplaude la propuesta de Lawner. La respalda, la aprecia y le parece de toda justicia para con los vecinos del antiguo Chuchunco, como se llamaba antaño a esta zona de la capital.
Esta foto de 2016 refleja el drama de las megatorres de Estación Central que literalmente empezaron a hacer sombra a los antiguos vecinos, como Alejandro Verdugo.
Esa “estructura mayor” a derribar sería el edificio de la estrecha calle Santa Petronila que tiene 30 pisos, más de 100 metros de altura, 1.053 departamentos en total, 37 por cada piso, con una superficie promedio total de 30 metros cuadrados, pero hay unidades habitacionales donde el metraje se reduce a 18 metros cuadrados. Es una enorme mole, absolutamente visible desde varios kilómetros a la redonda. Ubicada junto al estratégico cruce de General Velázquez con la Alameda, al lado de una estación del metro y muy cerca de otras dos, hasta el más despistado la reconoce como el más famoso de los tristemente célebres “guetos verticales”.
-Yo soy absolutamente partidario de que se demuela al menos una megatorre. Esa, la más famosa, idealmente. ¿Para qué? Para que se produzca el efecto ejemplificador que Miguel Lawner dice. Estas construcciones van contra el contenido de la Ley de Urbanismo y Construcción. Violan todas las normas y ordenanzas.
-Miguel Lawner dice que su solo existencia es un crimen, un delito. ¿También compartes esa opinión rotunda?
-Por supuesto. Todos las megatorres, casi cien en la comuna de Estación Central, se levantaron sobre la base del otorgamiento ilegal de permisos de edificación. De hecho, yo mismo tengo una demanda criminal en contra de las personas que en ese momento actuaron entregando esos permisos de edificación y contra todos los que resulten responsables. En este caso, hablo de quien era director de obras en ese momento y de quien haya aceptado esa forma de trabajo, que en este caso sería el alcalde.
-¿El alcalde de la época?
-Claro, el ex alcalde Rodrigo Delgado.
La agrupación por la defensa de los vecinos del barrio Estación Central se formó hace años. Ya en 2007, las juntas vecinales comentaban un fenómeno en ciernes: casas antiguas se vendían apresuradamente, se demolían y pronto entraban los camiones, las grúas y todo tipo de máquinas. “Ahí empezaron a hacer hoyos profundos en los sitios y los vecinos aún no entendíamos para qué. Pasaron los meses y nos dimos cuenta de que se estaban construyendo edificios de enormes dimensiones. De un día para otro, la gente se encontraba con que, colindando con el patio de su casa, al fondo, se estaba construyendo una mole de 30 pisos”.
Afirma que no sabían que hacer. Que se sentían como David contra Goliat. Y eso que aún no vivían todos los problemas que traería la abrupta sobrepoblación asociada a las nuevas y enormes construcciones. “En ese momento decidimos crear una agrupación de defensa. Ahí fui elegido presidente, cargo que ostento hasta hoy”.
-Han pasado muchos años desde entonces, pero la explosión mediática y el uso del concepto guetos verticales se impuso a partir de 2017. ¿Cuáles son desde entonces los logros de David contra Goliat? ¿De los vecinos contra las inmobiliarias?
-Nuestro objetivo fue siempre parar las construcciones verticales desmesuradas. Aunque siempre pareció difícil, sobre los cien proyectos que hubo en el peor momento, logramos parar 45. Creo que, sin esa acción, hoy Estación Central habría desaparecido como barrio de casas individuales. Todos los vecinos se habrían ido.
Agobiadora por decir lo menos es la sensación de ser vecino de una de las famosas megatorres de Estación Central.
El actual alcalde de Estación Central, Felipe Muñoz, era concejal entonces y una presencia permanente en las reuniones de los vecinos defensores del barrio. Hoy la autoridad municipal ha logrado frenar la entrega de tres altos edificios que incrementarán los problemas sociales, urbanísticos y de seguridad de ser habitados. “Aún no se les otorga la recepción final”, dice, Alejandro. Y añade:
-En el transcurso de todo ese periodo hubo una innumerable cantidad de oficios y cartas en que se les decía a las autoridades del municipio que lo que estaban haciendo estaba mal. Pero, conscientes de eso, siguieron otorgando permisos. Es difícil de probar qué había detrás de tanta manga ancha en el otorgamiento de permisos de construcción, pero es evidente que esa gente actuó a sabiendas de que lo que estaban haciendo no correspondía. Por eso, nosotros presentamos una demanda por prevaricación. Ese delito es evidente.
Desde hace poco más de un par de meses, la comuna cuenta con un nuevo plano regulador.
-¿Te deja feliz ese logro, Alejandro?
-El que haya un nuevo plano regulador ya es algo importante. En lo que a nosotros nos toca, es muy bueno que se hayan establecido las alturas máximas de los edificios. Ahora se acepta que, en las calles principales, digamos Alameda, General Velásquez, haya construcciones de máximo 12 pisos, no más. Y, en la medida que nos vamos alejando de esas vías, las construcciones van disminuyendo la cantidad de pisos permitidos: 6, 4 y hasta 2. Esa definición es muy importante. Lo otro es que estas construcciones deben entregar algunas obras de beneficio para el entorno de donde se levantan: áreas verdes, un jardín infantil… cosas que benefician a la comunidad cercana, que la toman en cuenta en vez de dejarla de lado o abiertamente perjudicarla, como pasó con las megatorres.
Alejandro Verdugo es tan profundamente vecino de Estación Central que sigue hablando del barrio y de la estación del metro Pila del Ganso, aunque hace 20 años esta última fue re bautizada San Alberto Hurtado. Ese es su mundo desde hace más de 60 años, cuando él y sus hermanas heredaron la casa familiar, que hasta hoy habitan.
-Vivo en Placilla con Coronel Souper. Afortunadamente, la torre más cercana a mi domicilio está a una cuadra de mi casa. O sea, para nosotros el daño no es tan directo. Además, en el sector donde yo vivo, esa torre tiene sus años y fue habitada por venezolanos profesionales, que llegaron en las primeras olas de la migración.
Los Verdugo llegaron a vivir al barrio en 1953. Dice que era un vecindario absolutamente familiar, donde se podía salir a las 3 de la mañana a caminar sin ningún riesgo. “Hoy las personas a las 7 de la tarde ya están guardadas en su casa bajo siete llaves. ¿Por qué? Porque hoy los robos, los asaltos, las agresiones son pan de cada día. Las megatorres trajeron todo esto”.
“Mis dos hermanas y yo somos propietarios de nuestra casa, donde vivo con una de ellas. En el momento del boom de las mega construcciones en Estación Central una inmobiliaria nos la quiso comprar. Me fueron a ofrecer plata a la puerta. ¿Cuánto ofrece?, pregunté. Nos daban 450 millones de pesos, cuando en ese momento la tasación fiscal era de 120 millones de pesos y el máximo valor comercial podía andar por los 250 millones de pesos. La tentación era grande, pero nos negamos porque para nosotros la casa tiene un valor afectivo muy grande. Es lo que nos dejaron nuestros padres, algo que les costó mucho conseguir. Algo asó no se puede vender”.
-¿Tus vecinos tampoco vendieron?
-Nuestra cuadra se salvó, porque la persona que vive en la esquina no aceptó vender. Mi vecino de un costado sí vendía, yo no vendía y el otro costado tampoco. Después viene un colegio que no iba a vender. Así es que no dieron los espacios físicos para el proyecto. Fue una salvación.
Así luce el barrio Pila del Ganso donde vive desde hace 60 años el dirigente vecinal Alejandro Verdugo. Al fondo, dos megatorres,
De lo que no se salvaron fue de los colapsos provocados por el masivo aumento de los habitantes del vecindario.
Alejandro sostiene que la vida cambio en 180 grados. Lo resume así:
-Nosotros teníamos 10 familias vecinas conocidas, de plena confianza. Ahora tenemos mil y no conocemos a ninguna. No sabemos quiénes son. Éramos realmente una familia, un barrio familiar. Si alguien tenía algún problema, todos ayudábamos. Pero, a partir de estas moles de cemento, todo cambió.
No abunda en lo asqueroso que ha sido el colapso del sistema de alcantarillado que no dio abasto con el incremento de los habitantes del sector “Ese es un tema grave que no se ha solucionado. Las empresas constructoras aprovecharon toda la infraestructura que tenía la comuna, la cual no estaba concebida para tanta población. No hicieron ningún arreglo, ninguna modificación al diámetro de las tuberías. Hoy hay camiones para hacer el destape de los tubos, porque ya no dan abasto y no hay ninguna solución para eso”.
Otro tema que plantea Alejandro tiene que ver con el perfil de los nuevos vecinos.
-Las personas que llegaron proceden de Centroamérica y eso implica que tienen una cultura muy fiestera. Hay sectores donde los vecinos, muchos de ellos adultos mayores, no soportan tener viernes, sábado, domingo y hasta el lunes por la mañana una fiesta continua. Eso redunda en una pésima calidad de vida. Se producen peleas, las calles están todas sucias, el ruido y el olor a fritanga son insoportables.
El dirigente vecinal sostiene que todo esto es crítico en algunos sectores, como el que llaman “la pequeña Caracas”. Y es crítico para los habitantes permanentes del barrio, porque “muchos de quienes viven en las megatorres están dos, tres meses, y se van”. Tal cual, los expertos afirman que la rotación de los arrendatarios anda por el 30 por ciento mensual. Esto porque los departamentos fueron concebidos como un portafolio de inversión y no como una solución habitacional.
-¿Consideras que las personas extranjeras que habitan estos edificios son tan víctimas como los vecinos antiguos del barrio de la mercantilización de la vivienda que hay detrás de estas torres gigantescas?
-Por supuesto que sí, porque viven hacinados. Hay muchos haitianos, venezolanos, que viven de a seis en un departamento de 30 metros cuadrados. Usan el espacio como dormitorio y entre los seis pagan los gastos comunes. Esa gente se va cuando encuentra algo mejor, más grande. Todo esto ha generado que la gente no quiera saber nada de los venezolanos, de los migrantes. Los asocian a la bulla, a la suciedad, al desorden, a todo tipo de incivilidades. Existe un rechazo visceral hacia ellos, lo que es injusto, porque no todos son así. Yo creo que el que comete delito que pague y el que viene a trabajar honestamente que lo haga.
-¿Te has hecho amigo de algunos de estos nuevos vecinos migrantes?
-No, porque la verdad es que cada vez salgo menos de mi casa. Ya te he explicado por qué.