“Chile es un país de cuidadoras”
Un estudio de Comunidad Mujer indica que el trabajo de cuidados no remunerado, asumido en un 71% por las mujeres, equivale al 22 por ciento del producto interno bruto, más que lo que representan la minería y la agricultura. Pero no se paga ni se reconoce. A partir de ese punto, la presidenta de esa oenegé comenta el estudio Dónde Envejecer del Hogar de Cristo, que revela que el Estado, a través de Senama, atiende apenas al 2,9% de los adultos mayores que requieren cuidado domiciliario.
Por Ximena Torres Cautivo
30 Junio 2024 a las 19:57
-En 2020, antes de que nos fuéramos todos a confinar por la pandemia, en Comunidad Mujer investigamos y le pusimos número a lo que representa en Chile en términos económicos el trabajo doméstico y de cuidados no remunerado -dice la periodista Alejandra Sepúlveda.
La cifra es gigantesca: ese trabajo invisible representa un 22% del producto interno bruto del país, lo que supera el aporte de cualquier otra rama de actividad de la economía del país. Esa fue la gran conclusión de ese estudio desarrollado por la oenegé que preside Alejandra. Y que trabaja para “que las mujeres nazcan y desarrollen su vida en una sociedad con iguales derechos y oportunidades”.
De acuerdo a los números que recoge el sexto estudio de la serie Del Dicho al Derecho hechos por el Hogar de Cristo, titulado “¿Dónde envejecer?: Estándares de calidad para el cuidado domiciliario de personas mayores en Chile”, el 71% de quienes ejercen este trabajo no remunerado son mujeres, muchas de ellas también mayores. Es una hija de 65 años que atiende a una madre octogenaria. O una esposa de 70 a cargo de un marido de 80. Y todas las combinaciones posibles, pero donde mayoritariamente la que asume el peso de cuidar es una mujer. O sea, Chile es un país de cuidadoras.
-Chile ya no es un país minero, ni productor de frutas, es un país de cuidadoras y de cuidadores en menor medida, porque es un país que envejece. Obviamente eso la economía en su mirada más tradicional, no lo mide, pero nuestro estudio contribuyó a visibilizar el tema. Actualmente, hay países que han avanzado en que ese trabajo de cuidado no remunerado se exprese económicamente y se remunere de alguna forma.
-¿Podrías darnos un ejemplo de sociedades donde eso sucede?
-Los que están más cerca de ese logro son los países europeos. En Alemania, Francia y España hay algunas experiencias. También en Finlandia y en Estados Unidos, pero te diría que es difícil abordar el tema en todas sus dimensiones. Lo que uno encuentra son políticas públicas que se vinculan con remunerar el cuidado; con reconocer las lagunas previsionales que las mujeres tuvieron a lo largo de su vida activa porque dejaron de trabajar para cuidar a otros; un sistema de “créditos por cuidado” que existe en Alemania y que considera montos de pensión al final de la jubilación que tienen que ver con la tarea de cuidado hecha en tiempos de vida activa. Están las pensiones garantizadas universales. Pero lo más importante es el reconocimiento de que existe trabajo remunerado y trabajo no remunerado, y que ambos tienen valor económico.
Alejandra lo dice porque a esta altura aún existen mujeres a las que al preguntarles si trabajan responden: “No, yo soy dueña de casa”.
-Sé que ahí hay paradigmas culturales muy instalados, por eso me interesa dejar claro el mensaje: el trabajo no remunerado es tan valioso que el remunerado, más incluso, y hay que reconocerlo. Las horas que las mujeres dedican a esas tareas son miles de millones.
-Ahí cabe el concepto de la corresponsabilidad en los trabajos de cuidado. ¿Crees que se ha avanzado algo en ese aspecto?
-En los dos procesos constituyentes que tuvimos en Chile, como Comunidad Mujer presentamos dos iniciativas de norma sobre el derecho al cuidado, que tiene varias caras: cuidar, ser cuidado y auto cuidarse. El cuidado siempre va a estar presente en la vida de todos. O porque lo recibes o porque lo das o porque necesitas cuidarte a ti mismo para cuidar a otros. Si tú piensas el cuidado como un derecho humano, no puedes pensar que las mujeres son las únicas que van a subsidiar esa responsabilidad. Cuidar compete a la familia, pero también a la sociedad en su conjunto y eso quiere decir que el Estado tiene que tener un rol activo.
Alejandra observa que los hombres jóvenes hoy tienen mayor conciencia de que tienen que ser corresponsables de la crianza de los hijos, pero concede que siguen siendo las mujeres quienes asumen el cuidado de los padres en la vejez.
Es un hecho que las tareas de cuidado no remunerado contribuyen a la feminización de la pobreza. A empobrecer a todas, pero aún más y sobre todo entre las mujeres pobres. “Una mujer no puede pensar en trabajar tiempo completo en ningún lugar si tiene un familiar postrado o un adulto mayor con un grado de dependencia a su cargo”, señala Alejandra, citando el estudio del Hogar de Cristo “¿Dónde envejecer?”. Y agrega: “Es muy importante estimar cuánto le compensa a esa mujer salir a trabajar. Cuánto tiene que ganar para poder solventar todo los costos que significa tener a cargo a una persona no valente”.
El estudio “¿Dónde envejecer” incluye un elocuente capítulo donde se expone la enorme brecha existente entre los programas que ofrece el Estado a través del Sename y las necesidades de cuidado y atención de la población mayor. Así, el programa de atención domiciliaria en 2022 alcanzó apenas a 1.551 personas mayores, siendo 52.125 las que requerían apoyo. Apenas un 2,9% de ese total. “A esta baja cobertura se agrega que la frecuencia e intensidad de la atención son absolutamente insuficientes”, señala la investigación del Hogar de Cristo y entrega un cuadro con estos servicios en Chile y los países de la OCDE.
“El costo de sostener la vida medianamente bien de una persona mayor postrada es altísimo. No hay sueldo en Chile que resista”, sostiene Alejandra de Comunidad Mujer. Por eso, reflexiona: “Debemos avanzar en medidas que permitan a las mujeres tener la libertad de decidir. Y que , por lo tanto, puedan salir a trabajar no solo por el tema de los ingresos, sino por el desarrollo personal, profesional, de vida. Está demostrado que el nivel de depresión de una mujer cuidadora es mucho más alto que el promedio de la depresión en una mujer que trabaja”.
-El estudio se detiene en lo que a algunos les parece políticamente incorrecto: la necesidad de desfamiliarizar el cuidado. ¿Qué piensas de eso?
-Yo diría que la familia nunca, nunca puede desentenderse del cuidado de uno de sus adultos mayores, pero sí se tiene que contar con la ayuda del Estado y de toda la sociedad. Hoy el gobierno finalmente está más presente a través del programa Chile Cuida y del envío de una ley marco de cuidado. Lo que se busca es unir toda la oferta. Y ya el Estado se comprometió recursos para construir centros comunitarios de cuidado, que va más en la línea de la prevención. Yo realmente espero que el Congreso tramite y apruebe esta ley marco del Sistema Nacional de Cuidados. Este es un gobierno sensible al tema, pero el cuidado debe ser una responsabilidad de Estado para que no signifique negociar una partida de presupuesto cada año, como sucede con todas las materias sociales.
-Para terminar, ¿cómo te imaginas tu propia vejez? ¿En tu casa? Cuidada, ¿por quién?
-A mí me gustaría trabajar el mayor tiempo posible, porque me gusta. En el caso de mis padres, que ya no están, logré encontrar dentro de la poca oferta que existe, un centro de día. Eso fue muy bueno, aunque fue interrumpido por la pandemia. Yo quisiera estar al día, socializar con otros y permanecer en mi casa. Hoy el gobierno habla de convertir el cuidado en el cuarto pilar de la protección social, dentro de la ecuación salud, vivienda, educación. A mí me parece que es lo razonable, dada la situación demográfica y la realidad que describe el estudio del Hogar de Cristo.