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Niños del Monte Sinaí:

“Mi mamá hace mucho que no sonríe”

María Elena, Sofía, Matilde y Mateo han convertido los escombros del quemado Monte Sinaí, en un verdadero patio de juegos. Saben más de la reconstrucción que muchos adultos. Hablan del olvido estatal, del bullying en la escuela —al ser etiquetados como los niños a quienes “se les quemó la casa”— y de la esperanza de volver a ver reír a sus padres.

Por Matías Concha P.

15 Marzo 2024 a las 22:24

Sofía tiene diez años; Matilde, 9. Las dos nacieron y se criaron en la toma Monte Sinaí, ubicada en Miraflores Alto, en Viña del Mar. Tras la jornada escolar, dedican su tiempo a jugar en la sede comunitaria Alto Sinaí, en el corazón de su campamento, donde se organizan ollas comunes y reuniones vecinales.

“Mi papá estuvo cinco días sin pegar ojo, hasta que al final se desmayó y ahí sí, durmió como seis horas no más”, recuerda Sofía, mientras se balancea en un columpio. “Anda súper asustado, siempre enojado y hasta se puso a llorar. Fue la primera vez que yo y la Matilde lo vimos llorar”.

A pesar de haber sido testigo de cómo las llamas devoraban su hogar en el Monte Sinaí , Matilde, la hermana menor de Sofía, conserva una expresión angelical en su rostro, al compartir detalles de su existencia: los animales, sus útiles escolares y la figura de su padre.

“El incendio quemó todos los juegos del Monte Sinaí… Ahora, todo está sucio y con ratones. Y para colmo, a mi papá se le quemó la plata para las cosas del colegio, así que no tenemos uniformes ni lápices. Pero nosotras no le vamos a pedir nada; él está mal. Cuando ve videos en TikTok, se pone a llorar porque se emociona mucho”.

A Matilde no le gusta la idea de hablar de su colegio.

Con 9 años, no quiere meterse en problemas y prefiere pasar “piola”, como ella dice. Al ingresar al salón de clases, fue etiquetada por algunos compañeros como la niña “de la casa quemada”. Ella puede contar cosas del incendio, pero nada de su colegio. Le teme a las burlas.

-¿Les gusta estar acá?

-Sí, es que mi papá está ayudando a los vecinos. Acá nosotras podemos ayudar también. Por ejemplo, ayer pelé papas, estuve en la cocina y serví comida… Los voluntarios que vienen a ayudar necesitan ánimo para que no se aburran y se vayan.

Eduardo, su padre, quien afortunadamente no perdió su hogar en el incendio, ahora invierte todo su tiempo en la reconstrucción de las casas de sus vecinos en el Monte Sinaí. Así, las niñas pasan tardes completas bajo el cuidado de las dirigentas sociales del campamento en la improvisada sede vecinal de la toma Alto Sinaí. Hoy están preparando unas 250 raciones de carbonada. Serán el almuerzo para los voluntarios de Techo, que siguen afanosos levantando mediaguas, y para los vecinos damnificados del sector, que en la práctica son todos.

“A mí, la verdad, me asalta la culpa”, confiesa Eduardo, el padre de las niñas. “Mi casa se salvó de milagro, pero perdí a mucha gente querida, se murió mi amigo. Me pesa, el haberme salvado, y los otros no, es como una culpa. Hasta me desmayé, me pongo a llorar, me tiritan las manos. Por eso, no puedo ni quiero parar de ayudar”.

Lo que atraviesa Eduardo, en términos psicológicos, se conoce como “la culpa del sobreviviente”. Esta es una compleja condición psicológica experimentada por quienes se ven a sí mismos como inmerecidamente afortunados de persistir tras un evento catastrófico, como un desastre natural, un conflicto bélico o una grave amenaza a la salud, mientras que otros no tuvieron la misma suerte.

Las dos niñas piensan que su padre debería descansar un poco. “Queremos verlo mejor, no tan triste. El papá necesita dormir”, concluyen.

MI MAMÁ YA NO SONRÍE

-Mientras más días pasan, más me voy acordando que perdí mi Nintendo Wii y la PlayStation que me dieron para la Navidad.

Esta no es la primera vez que la familia de Mateo se ve envuelta en una tragedia de esta magnitud; dos años atrás, cuando él tenía apenas 9 años, otro incendio quemó su casa en el Monte Sinaí . “Pero esa vez fue menos cuático, porque solo a nosotros nos tocó. Ahora es peor, porque las casas de mis amigos también se quemaron”, explica.

-¿Cómo están tus amigos?

-Bien, obvio. Son los papás el problema.

La mamá de Mateo, Marjorie (38) está preocupada por su hijo. Hace dos años, Mateo fue víctima de bullying tras el incendio de su casa, y ella teme que vuelva a ser acosado en la escuela. Su única esperanza es que dada la magnitud de la catástrofe: “Los padres hayan educado un poco más a sus hijos”.

Mateo es un niño tímido y retraído, que suele expresar en monosílabos sus emociones. Marjorie, su madre, dice que su hijo adopta esta actitud para evitar añadirle más preocupaciones a ella. “Nadie piensa sobre el impacto emocional de las catástrofes en los niños de campamentos. Cada vez lo veo más callado, más introvertido. Dejó de jugar”.

TECHO-Chile

Un reciente estudio realizado por TECHO-Chile reveló una realidad alarmante: 60 mil menores viven en campamentos a lo largo de Chile, enfrentando las complejidades de la pobreza y el riesgo adicional de vivir en zonas propensas a desastres naturales. Con el 91.3% de estos asentamientos ubicados en áreas susceptibles a sismos, tsunamis y erupciones volcánicas.

Isidora García, directora social de TECHO-Chile, opina: “A nivel nacional más de 800 campamentos están ubicados en zonas de alto riesgo de incendios forestales, con más de 200 situados en Valparaíso. Es un riesgo permanente, que se podría repetir, especialmente en familias con niños, que las hace doblemente vulnerables”.

Adicionalmente, la investigación resalta que Valparaíso no solo experimentó un aumento de 7 mil familias viviendo en campamentos, sino que también encabeza el número de campamentos en Chile, con un total de 255 asentamientos sin protocolos o vías de evacuación en caso de catástrofe.

Solo cuando su mamá se va lejos, Mateo comparte la desilusión que le provoca haber perdido, por segunda vez, su mayor tesoro: el álbum de calcomanías del Mundial de Qatar 2022. “La primera vez lo completé y se quemó junto con mi Nintendo Wii y mi PlayStation, me dio mucha rabia. Compré otro álbum y casi lo termino, pero el incendio de ahora se volvió a quemar. Me faltaban 14 láminas, ¿y sabes qué? Ya no voy a juntar más, para qué, mejor ayudo a mi mamá que hace mucho que no sonríe”.

 

MI PAPÁ NO ME DEJA SALIR SOLA

María Elena, de 12 años, se está lavando el pelo con ayuda de un balde. Su papá, Gustavo, logró improvisar una ducha en medio de los escombros. Originaria de Perú, lleva cuatro años adaptándose a la vida en el Monte Sinaí junto a su familia. Cuando pasó a séptimo básico, María Elena ganó un diploma por buen rendimiento. Pero será difícil que algo así se repita, el incendio quemó su pieza y el escritorio donde estudiaba; antes tenía internet y un cajón lleno de manualidades. “Ahora casi no me queda nada. Y digo casi, porque, en el Perú, tampoco teníamos mucho”, explica.

Según el Catastro Nacional de Campamentos 2022-2023 de Techo-Chile, un 35% de los hogares levantados en campamentos son de migrantes, un poco más del doble que hace una década. De esa población, un tercio es menor de 18 años.

-¿Qué alcanzaste a salvar del fuego?

-Mis diplomas, y algo de ropa. Pero mi medalla de alto rendimiento, esa no la pude salvar; estaba derretida entre los escombros.

El catastro del Ministerio de Vivienda y Urbanismo 2022 indica que niños y adolescentes pasan, en promedio, 10 años viviendo en campamentos. Como apunta el documento del Hogar de Cristo, Nacer y Crecer en Pobreza y Vulnerabilidad, la cantidad de años viviendo en un campamento para ellos será significativo para sus trayectorias de vida, “ya que la influencia de las carencias y del entorno afectarán su desarrollo físico y emocional”.

-¿Te gusta vivir en el campamento?

Antes se sentía más seguro, no solo hablo de los incendios, sino de algo tan simple como ir a comprar pan. Hace poco, a un vecino lo mataron; se ha vuelto peligroso. Mi papá ya no me deja salir sola.

Igual que Matilde, el 86% de los niños en campamentos debe enfrentarse cada día plagas de ratones, insectos, perros vagos y bravos; y como Mateo, el 80% no tiene un espacio adecuado para jugar por la falta de plazas o zonas recreativas. María Elena no está sola sintiéndose insegura donde vive; el 63% de los niños experimenta lo mismo. Alarmantemente, casi la mitad ha presenciado el abuso de alcohol y drogas, y un 42% similar ha estado expuesto al narcotráfico.

 

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