29 Enero 2021 a las 20:36
Desde hace un año, María Alegría (71) es la cuidadora principal de su marido: adulto mayor diabético, postrado y dependiente. Dice que la pandemia ha extremado la culpa, la depresión y el cansancio, sentimientos habituales en quienes se ocupan de personas dependientes. “No sé cómo protegerlo mejor. Él apenas puede hablar. Sus recuerdos no están, pero sigue siendo mi viejo”.
Por Matías Concha
Se conocieron a fines de los 50. Él era taxista y ella, asesora del hogar. Hoy viven de allegados en un terreno eriazo en algún sector perdido de San Bernardo. Tuvieron seis hijos. Uno de sus niños falleció, María habla de su “niña muerta”, pero no da detalles de lo que ocurrió. Lo que sí tienen son sobrinos, muchos. Pero solo uno de ellos, Valentina, los visitaba con cierta regularidad. María dice que “están aislados, viejos, adoloridos, cansados”.
Su marido, Carlos Sepúlveda, lleva más de un año postrado. Un coma diabético lo obliga a depender completamente de su esposa. Ella enfrenta la misma enfermedad y un dolor lumbar que la mantiene encorvada, pero jamás pensó en dejarlo al cuidado de terceros. Tampoco es excesivamente comunicativa respecto de lo que esto ha implicado para ella; no quiere que sus cinco hijos se preocupen más de la cuenta o se sientan culpables. Pero en todo este tiempo ha perdido cinco kilos y dejó de lado sus actividades. “Todo lo hago desde el amor, no estoy dispuesta a dejarlo solo. Pero también siento culpa, porque no sé cómo hacerlo mejor. Es una tarea difícil que asumí porque no nos queda otra, porque dígame usted: ¿Quién se hace cargo de los mayores?”.
Según la OMS, el “cuidador” es la persona del entorno del enfermo que asume voluntariamente el papel de responsable del paciente, quien toma decisiones por y para él y debe atender sus necesidades. Sin embargo, el cuidador está expuesto a experimentar un profundo desgaste físico y emocional llamado “síndrome de sobrecarga del cuidador”.
-¿La pandemia ha hecho más difícil su cuidado?
-Sí, quedamos aislados, por ejemplo la niña que venía para hacerle ejercicios desde la Municipalidad, ya no puede venir tan seguido. Ella lo hacía caminar de su cama a la mía. Pero como nosotros vivimos en la periferia de San Bernardo, le cuesta llegar. Ahora mi rutina gira en torno a mi viejo, él necesita que le cambien los pañales, que le den sus remedios, la comida, todo. Si no fuera por el Hogar de Cristo, que nos viene a dejar pañales y comida, no llegaríamos a fin de mes.
En Chile, el 72% de las personas que cuidan gente postrada, discapacitada o dependiente, son mujeres. De ellas, casi el 70% padece del “síndrome del cuidador” ya descrito. “A mí no me gusta andar contando mis penas, pero es cierto que el virus ha hecho todo más difícil para nosotros. Ando deprimida, he tenido hartos momentos complicados, me ha subido el azúcar, es que también soy diabética, tengo un marcapaso… Un día amanezco bien y al otro ando mal genio. Pero como no tengo opción de quedarme en cama, me inyecto insulina y empiezo el día”, dice María.
Un 14,2% de las personas mayores de 60 años tiene algún grado de dependencia, lo que corresponde a cerca de 490 mil personas. De ellas, un 4,3 padece dependencia severa. Esto significa que más de 21 mil adultos de más de 60 años requieren de asistencia para realizar varias actividades básicas al día y tienen importantes necesidades de apoyo para su autonomía personal. “Mis hijos trabajan todo el día, tienen sus propias vidas y responsabilidades, así que nos ayudan cuando pueden, especialmente mi hija que está conmigo siempre”, cuenta.
Esta tragedia revela la fragilidad de los ancianos y de las personas postradas, que no se valen por sí mismas, así como el estrés de sus cuidadores, mujeres en su mayoría, de más de 60 años. “Como también tengo diabetes, me sube el azúcar y me cambia el humor. Eso me frustra, yo trabajé toda la vida, mi marido también, somos gente de esfuerzo, jamás flojeamos para haber terminado así”.
-¿De qué viven actualmente?
–Con mi marido juntamos 300 mil pesos, con eso nos mantenemos, él tiene su pensión y yo estoy con la pensión solidaria. Así que dependemos de la ayuda de otros, si no fuera por mis hijos, no sé dónde estaríamos.
-¿De dónde sacas tanta fuerza?
-Es que a una no le queda otra. Más que fuerza lo que una tiene es miedo. No a morirse, sabemos que eso es una circunstancia natural de la vida. Le tengo más miedo a otras cosas, como a perder la independencia, a no ser escuchada, a no poder estar con el viejo.
María se esmera en mostrarnos fotos de décadas atrás donde aparecen los dos sonrientes en la playa. No encuentra ninguna. Ella se inquieta, nos dice: “Cuando nos toque partir, no vamos a seguir molestando después de muertos… Pero ahora que estamos medio vivos, solo me importa que a mi viejo no le falte nada. En eso las tías del Hogar de Cristo han sido súper buenas, nos visitan cada ciertos días, me ayudan a mudarlo, me enseñaron a poner las inyecciones, las curaciones, todo.
Desde hace un año, el Programa de Atención Domiciliaria para el Adulto Mayor (PADAM) del Hogar de Cristo en Puente Alto, visita a la pareja. Les llevan cajas de alimentos, pañales, los ayudan con trámites. El programa atiende a cerca de 60 adultos mayores vulnerables de la comuna. Dicen que casi el 50 por ciento de ellos están al cuidado de personas también mayores. Entre otras cosas, la red solidaria busca el reconocimiento formal del rol del cuidador y una organización de redes de apoyo para que estas personas puedan capacitarse, informarse sobre sus derechos y descansar un poco de las pesadas mochilas que cargan.
-¿Está cansada?
-Sí, creo que me subió el azúcar, disculpe, no me siento muy bien. Pero hoy ando más animada, ayer me habló mi viejo, de a poco está volviendo a ser él mismo. Incluso me preguntó si quería volver a pololear con él.