Antes del conversatorio, el director ejecutivo de Hogar de Cristo, Juan Cristóbal Romero, puso el marco en el seminario: más de 80 años de trabajo contra la pobreza, cerca de 40 mil personas acompañadas al año y un foco nítido en mayores de 60: residencias, casas compartidas, acompañamiento domiciliario y la convicción de que la “era plateada” puede transformarse en riqueza social si construimos condiciones dignas.
—No es teoría, es el día a día de quienes viven con pensiones cortas, viviendas frágiles, salud al límite y, muchas veces, soledad —subrayó.
Luego vino la radiografía de los datos. Juan Nagel, director académico del ESE, advirtió que para 2050 un tercio de los chilenos tendrá más de 60 años. En esa foto predominan las mujeres, con menos ingresos y más dificultades de movilidad.
—Muchos seguirán trabajando en condiciones precarias —advirtió, para luego dejar claro que no se trataba de un discurso fatalista—. No es un panorama apocalíptico, pero sí realista: tenemos que adaptar nuestras ciudades, el transporte y las políticas públicas.
Paula Forttes, directora del Área de Envejecimiento y Cuidados de FLACSO Chile, llevó la discusión más allá de los números. Recordó que vivir más años es un triunfo civilizatorio, pero también un desafío que atraviesa la cultura, la tecnología y hasta la crisis climática.
—La vida se alargó como nunca antes y con ello aparecen preguntas urgentes sobre el sentido de la vida y la calidad del cuidado —dijo, antes de pronunciar una frase que quedó resonando en la sala—. La vejez no se mide por la cantidad de años vividos, la vejez se mide por la dignidad en que se transita.
Su reflexión abrió la puerta a un punto doloroso: en Chile las mujeres son mayoría en la vejez, pero llegan con pensiones más bajas, menos redes y problemas de salud acumulados. El riesgo de terminar solas y empobrecidas es mayor.
Siguiendo esa línea, Liliana Cortés, directora social nacional de Hogar de Cristo, habló desde la experiencia cotidiana de la fundación.
—La pobreza multidimensional es más alta en las personas mayores y muchos barrios terminan por encerrar a quienes deberían estar más conectados con la comunidad —advirtió, para luego poner sobre la mesa la propuesta que el Hogar de Cristo viene empujando.
Dijo: “Hoy más que nunca, necesitamos comunidades que cuiden, con atención domiciliaria, redes disponibles todo el día y alternativas reales para que la residencia de larga estadía no sea la primera opción”.
La idea es cambiar el paradigma de cuidado institucional hacia un modelo que permita a las personas envejecer en sus casas y barrios, acompañadas y con autonomía. Porque lo que hoy se juega no es solo cuántos años viviremos, sino cómo y con quién los viviremos.
Preguntas difíciles
La periodista y escritora Ximena Torres Cautivo tomó la moderación del conversatorio después de las exposiciones iniciales. Su papel fue poner a prueba lo escuchado, abrir el diálogo y buscar respuestas más allá de los diagnósticos. Con esa idea lanzó la primera pregunta, que marcó el tono del intercambio.
—Hemos descrito mucho y avanzado poco. ¿El Sistema Nacional de Cuidados es realmente la respuesta?
El primero en responder fue Juan Nagel, quien había expuesto los datos demográficos. Habló de lo necesario que era pensar en el cuidado como un derecho y no como una carga que recae solo en las familias.
—Es necesario, pero no suficiente. Si queremos que funcione, necesitamos intencionar becas y formación en las profesiones del cuidado, además de invertir en bienes públicos que devuelvan autonomía: veredas caminables, transporte accesible, barrios diseñados para adultos mayores. El cuidado no puede reducirse a una cama y un remedio.
Paula Forttes agregó que la propuesta del Sistema Nacional de Cuidados todavía es frágil y que no basta con instalar la idea, si no hay financiamiento y profesionalización.
—El cuidado es lo que nos permite vivir, no podemos seguir descansando solo en las familias, porque las familias ya no alcanzan. Hay que profesionalizar, contratar, capacitar. Hoy hablar de un sistema es ambicioso: necesitamos financiamiento que garantice derechos, no solo declaraciones.
Ximena volvió sobre un punto clave que cruza la política pública: la diferencia entre cuidar a un niño, a una persona con discapacidad o a alguien en la vejez.
“Cuidar para no morir no es lo mismo que cuidar para querer vivir. A los 20, a los 60 o a los 80 el proyecto de vida es distinto, y el cuidado debe sostener esa diferencia”, sostuvo Paula Forttes.
Nagel coincidió de inmediato con en esa necesidad de precisión y advirtió sobre los riesgos de pensar en moldes únicos, que no responden a las necesidades particulares de las personas. “Los recursos tienen que asignarse con precisión. No podemos pensar políticas universales con un molde único”.
¿ACTIVO, POSITIVO Y SALUDABLE?
Luego, el debate se movió hacia lo legislativo, cuando Ximena mencionó la Ley de Envejecimiento “Activo, Positivo y Saludable”. Lo hizo con ironía, apuntando a un vacío evidente.
—Está escrita con letra preciosa, pero sin la señorita Plata.
Nagel retomó el micrófono para hablar de la fuerza política que pueden tener los adultos mayores en un país que envejece.
—Si los mayores son una mayoría creciente y, además, votan, su organización puede transformarse en una fuerza capaz de mover la aguja. En otros países las asociaciones de adultos mayores tienen un peso enorme. En Chile todavía no hemos visto esa presión.
Forttes recordó que Chile ya firmó la Convención Interamericana de Derechos de las Personas Mayores, lo que obliga al país a dar pasos concretos.
—Esa convención obliga, no es un saludo a la bandera. El proyecto legislativo debe traducirse en garantías concretas, con institucionalidad que funcione y continuidad más allá de los gobiernos. Por ejemplo, la tasa del suicidio de las personas mayores duplica la de las personas jóvenes, ¿quién se hace cargo de eso?
Desde la vereda social, Liliana Cortés cerró con un llamado a fortalecer lo que ya funciona en el territorio.
—Existen redes locales de cuidado, programas de paliativos y educación comunitaria. Hoy el desafío es articular, llegar a todo el país y no dejarlo todo en manos de la institucionalidad central. Es duro: las personas mayores pobres viven en promedio 10 años menos. Por eso necesitamos pactos que se traduzcan en veredas seguras, consultorios que respondan y un acompañamiento que permita a las personas mayores envejecer en sus casas y barrios, acompañadas y no aisladas.
El seminario no cerró con soluciones mágicas, pero sí con la claridad de que Chile envejece más rápido de lo que se preparan sus políticas públicas. Lo mostraron los datos de Nagel, lo subrayó Forttes con la urgencia de profesionalizar el cuidado y lo recordó Liliana Cortés desde la experiencia en terreno: la pobreza en la vejez es más dura, más solitaria y más invisible.