El 23 de octubre de 2005 quedó grabado en la memoria colectiva de Chile como uno de los días más emocionantes de su historia reciente: la canonización de Alberto Hurtado.
Mientras en la Plaza de San Pedro, en Roma, el Papa Benedicto XVI declaraba santo a Alberto Hurtado Cruchaga, fundador del Hogar de Cristo, en Santiago y en distintas ciudades del país miles de personas se unían en una misma celebración de fe, justicia y esperanza.
“Nos tocó encabezar toda la organización de la vigilia en Santiago, junto al padre Agustín Moreira, entonces capellán del Hogar de Cristo”, recuerda Benito Baranda, quien en ese entonces era director social de la institución.
“El altar principal se instaló en General Velásquez, justo al lado del Hogar, y desde allí miles de personas rezamos durante toda la noche hasta la madrugada del día 23, cuando se vivió la canonización en Roma. Fue impresionante ver cómo la gente se unía, de todos los sectores sociales, en un mismo espíritu. De bajo bienestar material y otras de alto bienestar, pasaron la noche reunidas allí y otras fueron llegando en la madrugada para celebrar”.
Una gran multitud llegó hasta el Hogar de Cristo en General Velásquez para seguir la canonización de Alberto Hurtado.
La capital amaneció paralizada. La Autopista Central, que estaba en pleno proceso de construcción, asumió los costos de tapar voluntariamente los túneles para permitir el acceso seguro de las multitudes que se agolparon alrededor del santuario y evitar accidentes, en lo que hoy es la calle Alberto Hurtado.
“Recuerdo que nos apoyaron en seguridad los Carabineros e incluso alumnos de la escuela de Investigaciones, la PDI”, agrega.
Un espectacular coro de parroquia animó la vigilia que se extendió hasta el amanecer, mientras la tumba del padre Hurtado permaneció abierta para los peregrinos. “Era conmovedor ver a la gente entrar y salir, orando, cantando, llorando. Había una atmósfera de profunda devoción”, relata Baranda, quien confiesa que lloró al subir al altar en la mañana. “Había mucha, pero mucha gente”.
Impresionante vigilia en espera del amanecer del 23 de octubre de 2005.
Simultáneamente, cinco mil chilenos viajaron hasta Roma para ser testigos presenciales del histórico momento en el que el sacerdote jesuita fue proclamado santo. El contraste entre el fervor vivido en la Plaza de San Pedro y las multitudinarias celebraciones en Chile reflejó la magnitud del legado de Alberto Hurtado: un hombre que hizo del amor al prójimo una misión de vida y que transformó la mirada del país hacia los más pobres.
“Al terminar todo, recuerdo haberme trasladado para llegar muy al final a la Quinta Vergara, donde también había una celebración muy hermosa con una prédica preciosa del obispo de la época”.
Dos décadas después, el mensaje de Alberto Hurtado sigue tan vigente como entonces, asegura Baranda. “En un mundo donde tendemos a separar la oración de la acción, el padre Hurtado nos enseña a ser contemplativos en la acción. Nos recuerda que la fe debe expresarse en obras concretas de justicia y amor. Hoy, más que nunca, necesitamos volver a ese equilibrio entre fe y compromiso social”.
El ex director social de Hogar de Cristo reflexiona también sobre la realidad actual: “Creo que el dolor más grande que sentiría el padre Hurtado hoy sería el desprecio hacia las personas que viven en la pobreza. Lo que él denunció en su tiempo sigue ocurriendo. Seguimos clasificando, excluyendo, marginando. Por eso su legado sigue siendo tan urgente”.
El júbilo contagió a la multitud: Chile tiene su primer santo varón.
A 20 años de su canonización, San Alberto Hurtado continúa inspirando a miles de personas en Chile y el mundo. Su frase —“la acción vale por el peso de amor que pongamos en ella”— sigue siendo faro y desafío.
“Hay un hambre entre los jóvenes de poner amor en lo que hacen”, dice Baranda. “Esa es la herencia viva del padre Hurtado: que el amor sea el motor de nuestra acción”.
En Roma, el Papa Benedicto 16 tuvo la noble misión de canonizar a Alberto Hurtado.
Hoy, Benito Baranda sigue comprometido con esa misión. Es voluntario en la Escuela San Alberto Hurtado, en el barrio Yungay, donde apoya a niños sordos y ciegos; enseña en la Universidad Católica sobre pobreza y justicia social, y colabora con la Fundación INVICA, creada por el primer presidente del Hogar de Cristo, Ramón Venegas. “Uno no sigue al padre Hurtado —concluye— sino a Jesucristo, como él lo hizo: sirviendo con alegría a los que más sufren”.
Desde el balcón romano se desplegó este gran lienzo con la imagen de un sonriente Alberto Hurtado.
APORTA A LA GRAN OBRA QUE FUNDÓ ALBERTO HURTADO EN CHILE: EL HOGAR DE CRISTO