Te escribo a tres semanas de tu funeral y a seis de tu fallecimiento.
No olvidaré nunca tu rostro, cuando nos encontramos a fines de marzo, y hacíamos una ruta calle con el recién electo obispo Celestino Aós. Ni tampoco la cara de tu mujer y tu hija cuando se despidieron de ti en el Cementerio General. Dieciséis años que no te veían: tu hija entonces de 5, ahora de 21. Descansa en paz, perdónanos, te perdonamos, y algunas otras palabras más, pocas, balbucearon.
Tu rostro quedó impreso en el número de mayo de la revista Mensaje, como testimonio grande de la deuda que tenemos en el mundo con las personas que por distintas razones rompen ataduras familiares y llegan a la calle, con poco más que lo puesto.
Tal vez pudimos hacer algo más por ti, me lo pregunté cuando te conocí, y más aún cuando supe de tu muerte en el hospital San José, dañado por el copete, una diabetes mal cuidada y tantos años de calle. Querías encontrarte con tu hija, eso motivaba que no te volvieras a España, tu tierra.
Me alegro que con Freddy pudimos dar con tu familia. ¿Pudimos buscarla antes? Tal vez. Esas últimas palabras en el cementerio espero hayan sido sanadoras para ellas y para ti también. Descansa en paz, y prepáranos un lugar en el cielo, con chorizo y tortilla de papas que tanto te gustaban.
Un gran abrazo,
José Francisco Yuraszeck
Capellán Fundación Hogar de Cristo
En el día del padre, se publicó esta emotiva historia en forma de reportaje, puedes leerla acá.
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