“Siempre me sentí menos porque no tenía una carrera”
Siempre quiso estudiar y ser profesional, pero solo alcanzó a completar su enseñanza media por problemas económicos de su familia. Ya casada, madre de dos hijas y abuela de dos nietos, decidió cumplir su sueño. Estudió técnico en Trabajo Social, hizo la práctica en un programa de Hogar de Cristo y se tituló. “Costó, pero lo logré”, dice, orgullosa.
Por María Teresa Villafrade
6 Marzo 2025 a las 19:30
En el Programa de Acompañamiento Familiar (PAFAM) de Hogar de Cristo en La Granja, Lilian Sepúlveda (58) hizo su práctica durante tres meses como técnico en Trabajo Social.
“Siempre quise estudiar y ser profesional. Pero solo pude estudiar hasta cuarto medio. Después ya no se pudo. Mis padres no tenían medios económicos para darme estudios. Me casé y hasta ahí llegaron mis deseos de estudiar. Vinieron las hijas, los nietos y tuve la sensación de misión cumplida. Pero me sentía incompleta. Me faltaba lo que más anhelaba. Fueron mis hijas las que me animaron: ´Mamá. Ya criaste. Ya nos educaste. Estudia ahora. Puedes hacerlo. Nosotras te ayudaremos´. Y aquí estoy haciendo mi última práctica en el Hogar de Cristo. A punto de titularme. Me sienta tan contenta y plena”.
Esas fueron las palabras que Lilian Sepúlveda Burgos le dijo al padre Nano durante su famosa “Pastoral del Postre”. Ella comenzó a estudiar una profesión a los 55 años.
Lilian Sepúlveda en fotografía tomada por el padre Nano, durante la Pastoral del Postre.
Admite que ni ella ni sus compañeros de carrera e incluso sus profesores conocían de qué se trataba el PAFAM, un método que acompaña a las familias cuidadoras de personas con discapacidad mental.
“No tenía idea que existía algo así, fue toda una sorpresa, de hecho cuando hice la presentación de mi práctica ni mis compañeros ni mi profesora lo conocían”, dice.
-¿Cómo llegaste al programa?
-A nosotros nos dieron un listado de todos los lugares donde podíamos hacer la práctica. Yo buscaba uno que me quedara más cerca de mi casa, y me llamó mucho la atención uno del Hogar de Cristo, porque años atrás fui voluntaria en un hogar de menores llamado Belén, ubicado en la calle Arica, en Estación Central. Siempre tuve una relación con el Hogar de Cristo. Por eso postulé al PAFAM, además me quedaba relativamente cercano.
Lilian vive en la comuna de San Miguel junto a su marido, su hija, su yerno y dos nietos. Con orgullo cuenta que sus dos hijas, de 35 y 25 años, son profesionales: una es educadora de párvulos y la otra, enfermera. La menor se independizó y vive con su pareja.
Su casa está ubicada al frente de la tristemente célebre cárcel donde el 8 de diciembre de 2010 murieron 81 reclusos producto de un incendio. Hoy convertida en Centro de Detención para mujeres, tiene a una interna muy conocida (Cathy Barriga), que sale semana por medio en las noticias.
“Nunca olvidaré ese incendio. Fue algo muy traumático. Vivirlo de cerca fue terrible. Es un día que espero nunca se repita. Al menos se construyeron escaleras como vías de evacuación por fuera que antes no había y hoy es un recinto sólo para mujeres”, dice Lilian.
De su familia de origen cuenta que su mamá trabajó toda su vida como costurera y fue el sostén del hogar.
“Mi padre era alcohólico y soy la menor de cinco hermanos. Cuando mis hermanos se casaron yo todavía era una niña. Al cumplir 18 años me puse a trabajar para ayudar en la casa y tener mis cosas. Pasé muchas necesidades en mi infancia. Yo quería comprarme ropa bonita, pasear, regalonear a mi mamá y ayudarla con los gastos de la casa”, recuerda.
A los 22 años fue mamá soltera y se dedicó por completo a trabajar por su hija. “Aprendí costura gracias a mi madre e incluso trabajé en La Escala, una empresa muy prestigiosa de alta costura que era proveedora de vestuario para figuras de la televisión. Tenía mis pololeos, pero todo fuera de la casa”.
Dice que le iba bien y que a su hija le daba todo lo mejor. “Cuando ella cumplió siete años conocí a mi marido, él estaba separado. Esperamos a que saliera la ley de divorcio, se divorció y así pudimos casarnos. Le dio su apellido a mi hija así que ella es hija de él legalmente. Para mi hija él es su único papá. Después de dos años juntos, nació la menor”.
Lilian les inculcó desde pequeñas que fueran profesionales, “para que pudieran estar bien y darles un buen pasar a sus hijos”.
Nos confiesa que, en realidad, “yo siempre me sentí menos porque no tenía una carrera. Cada vez que surgían conversaciones y la gente decía yo estudié esto o aquello, me pasaba eso. Me juntaba con mis compañeras de colegio y siempre me sentía menos”.
Para ella fue una sorpresa que tanto su marido como sus hijas la incentivaran a estudiar. “Me apoyaron ciento por ciento. Mis hijas me matricularon en el Instituto Profesional de Chile e hicieron todos los trámites”.
El apoyo de sus hijas Lilian (la mayor) y Vaitiare (la menor) fue fundamental para que Lilian Sepúlveda terminara con éxito la carrera.
La experiencia estudiantil le pareció maravillosa: “El hecho de amanecerse estudiando, de repente ir a comerte un completo en la calle, salir a tomarse un trago, todas esas cosas que hacen los estudiantes… Yo era feliz”, admite.
Reconoce que no fue fácil, que la tecnología le costó muchísimo, lo mismo que sus compañeros no la vieran como alguien mayor.
“Tuve que hacer todo un trabajo para que me aceptaran como una igual y no ser la ´señora´ de la clase. Mis compañeras tenían 19 años y yo, 55. Igual sufrí harto con la tecnología, en esa parte soy malísima, pero mis hijas y mi yerno me ayudaron mucho, me enseñaron. Todo había que hacerlo con internet: descargar los trabajos, las notas, todo. En esa parte fue lo más difícil para mí”.
Tras dos años y medio de estudio –se trata de una carrera técnica-, se siente orgullosa de haberse titulado y no descarta la posibilidad de convertirse en trabajadora social más adelante. “No me cierro a esa posibilidad”.
Lo cierto es que cada vez son más las personas mayores como Lilian que estudian carreras, especialmente en los institutos profesionales. Entre 2013 y 2024, la matrícula de personas mayores de 50 años en educación superior aumentó 157%. En 2024, la matrícula de personas mayores de 50 años alcanzó casi 27 mil estudiantes.
Los institutos profesionales concentran el mayor porcentaje de matriculados, seguidos por las universidades privadas.
Una vez instalada en el Programa de Acompañamiento Familiar (PAFAM) de Hogar de Cristo en La Granja, Lilian pudo conocer de cerca muchas dolorosas realidades.
“Me enamoré de este programa, lo encontré maravilloso. Vi muchas realidades que a veces se escuchan en las noticias o en comentarios de la gente, pero vivirlo es totalmente diferente. Muchas veces llegué llorando a la casa porque son realidades muy dolorosas”, describe.
Le impactó, por ejemplo, el caso de una madre adulta mayor y a su hija de 32 años con discapacidad mental severa que vivían en condiciones sanitarias muy deplorables.
Lilian Sepúlveda, con su característico pelo colorín, acompañada por las monitoras del Pafam La Granja: Lissette Mora, Kamila Carrasco, Cristina Cerna y Montserrat Matus. Fotografía AGENCIA BLACKOUT
“La monitora con quien fui, antes de llegar a la casa de ellas, me advirtió: el aseo en esa casa es muy precario. Yo toda la vida he sido muy débil frente a los malos olores, entonces llegar allí fue muy impactante. El aseo era precario o inexistente, tanto el de higiene personal como el de la casa. Fue uno de los casos que me dieron a evaluar. La cuidadora en este caso, la madre, tenía problemas de salud importantes: diabetes, hipertensión y se veía la evaluación de un posible Alzheimer. Terrible”.
Otro caso que la conmovió fue el de un matrimonio de la tercera edad. La esposa de edad avanzada tenía Alzheimer y su marido de 84 años, era su cuidador, pero tenía problemas en las piernas.
“Estaban muy solitos, los hijos no tenían tiempo para verlos. Fueron muchos casos tristes. Yo traté de intervenir en lo que podía, pero más que nada trataba de empatizar. Me conmovieron mucho”.
Lilian hizo un trabajo en su instituto sobre el síndrome del cuidador. “Muchos terminan enfermos psicológica y físicamente y sus problemas no son visibilizados”, explica convencida de lo necesario que es dar a conocer esta realidad.
Aunque todavía está pendiente la ceremonia de titulación, Lilian obtuvo ya su certificado como técnica en trabajo social.
“La práctica que hice en Hogar de Cristo me ha servido mucho para ayudar y orientar a mi hermana que vive y cuida a mi mamá de 94 años, y a otras personas mayores que cumplen ese rol. Y a pesar de que terminé mi práctica, sigo como voluntaria en el programa, porque se reafirmó mi vocación”.
“Yo necesitaba para mí tener una carrera, independiente de ejercer o no. Soy feliz con lo que tengo. Me gustaría trabajar pero por el momento no es posible porque estoy ayudando a mi hija cuidando a mi nieta”.
Pero el mensaje que le manda a otras personas que, como ella, quieren volver a estudiar: “Se puede, es difícil, me costó mucho pero cumplí mi sueño”. Y ya no se siente menos ante nadie.
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