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Salomón Urzúa:

De reputado profesor a vivir en situación de calle

Creció en una familia tradicional, se educó en buenos colegios y llegó a convertirse en jefe de carrera de la educación superior. Jamás imaginó que su vida daría un vuelco inesperado que lo llevaría a vivir en situación de calle. Esta es su historia de resiliencia como beneficiario del programa Vivienda con Apoyo del Ministerio de Desarrollo Social y Hogar de Cristo.

Por María Teresa Villafrade

17 Agosto 2020 a las 14:46

En octubre de 2019, poco antes del estallido social, Salomón Urzúa Arellano se instaló con lo puesto en un departamento en la comuna de San Bernardo después de 10 años de vivir en calle de manera intermitente. Iniciaba así un camino de recuperación de su adicción al alcohol y las drogas que no se ha visto opacado por ninguna de las crisis que han sumido al país en un retroceso económico de 30 años: la social y la sanitaria.

“Quiero responder a la confianza que el equipo de Hogar de Cristo ha puesto en mí, es una última oportunidad que me da la vida ya que mi familia lo ha intentado todo por ayudarme. Mis hijos nunca me abandonaron, me internaron en clínica privada y me iban a visitar a los rucos con mercadería, pero yo recaía una y otra vez”, cuenta con dolor.

En su nuevo hogar, muestra orgulloso el orden y la limpieza en la que ahora vive. Ya no tiene barba ni luce como un “pordiosero”, según sus propias palabras. Atrás quedó el ruco que habitó con otros en las cercanías de la plaza Guarello de San Bernardo. Él junto a otras 80 personas en situación de calle son beneficiarias del programa Vivienda con Apoyo que el Ministerio de Desarrollo Social y el de Vivienda inauguraron el año pasado en nuestro país, el único en toda Latinoamérica. Comenzó en Santiago y Concepción pero se ha ampliado a Valparaíso y consiste en proporcionar no sólo un techo digno, sino acompañamiento terapéutico y psicológico para salir adelante y encontrar trabajo. Hogar de Cristo tiene a su cargo 36 participantes en la capital y prontamente se sumarán otros 20 en Valparaíso.

“Estoy con mucho optimismo, contento con el programa y con los monitores que han sido geniales, estoy proyectándome para poder independizarme, tener un trabajo estable y recuperar a mis hijos. En abril me operaron de una hernia, me estoy arreglando la dentadura, porque producto del consumo de cocaína me descalcifiqué, estoy mejorando la parte estética”, dice Salomón.

Y retrocede al pasado para relatar cómo fue que llegó a este punto.

UNA JUVENTUD FELIZ

“Me crié en una familia aburguesada y muy tradicional, recibí buenos estudios. Mis padres eran católicos y permanecieron toda la vida juntos y muy cercanos a Dios. Nunca los vi pelear ni dar mal ejemplo, jamás vi a mi padre tomar. Él murió a los 86 años y mi madre a los 72, esa era la vida que yo quería. Mi papá fue corredor de propiedades y tuvo un hotel en Pichilemu, además de otras propiedades en Cartagena e Iloca. Mi pasar económico era bastante bueno, me acostumbré a ese estilo de vida, a vestirme con lo mejor, a usar buenos perfumes y visitar buenos lugares, no era mal encachado, tenía suerte con las mujeres. Fui a la universidad, me recibí de profesor y tengo también el título de contador. Me casé y tengo 2 hijos y una nieta. Fui jefe de carrera en la especialidad de Contabilidad, Jefe de Área en Investigación Matemática. Yo era quien contactaba las prácticas profesionales”, señala.

Cuenta que fue deportista desde niño y jugó fútbol en el Club Deportivo Magallanes. Hizo un curso en la ANFP con Pedro Morales, ex director técnico de la Universidad de Chile, Colo Colo y la selección nacional. “Me convertí en inspector deportivo y abrí una escuela de fútbol en la que me fue bastante bien, saqué varios chicos que llegaron al fútbol profesional e incluso hay algunos dos o tres que todavía juegan en la selección nacional pero no diré quiénes. Por lo tanto, mi trabajo no fue malo”, agrega.

No tenía vicios, al contrario, llevaba una exitosa vida profesional como profesor en buenos establecimientos. Incluso daba clases gratis de matemática y física a los alumnos de cuarto medio para prepararlos para la PSU. Todo esto lo combinaba con las actividades deportivas del fin de semana.

“Mi matrimonio marchaba bien, teníamos un buen pasar, mis hijos estaban en buenos colegios. Pero a los 20 años de casado sobrevino la crisis: tuve un desliz que lamento hasta el día de hoy pues me costó el matrimonio, lo reconocí y lo he superado. Cuando me separé a los 45 años vino la debacle. Entré sin darme cuenta en un torbellino, pero sin dejar de lado mi trabajo ni a mis hijos. Comencé a juntarme con personas inapropiadas, a beber pisco, whisky o ron. Me cuidaba al ir a trabajar y nadie se dio cuenta del problema de consumo. A mis hijos les pagaba la universidad”, explica.

Pero de repente empezó a consumir cocaína. La situación fue empeorando. Sus hijos, que vivían con él, se fueron a la casa de los abuelos paternos donde residía su madre desde la separación. “Me quedé solo y me gasté los ahorros porque siempre le respondí responsablemente a mis hijos, se vendió todo y lo repartí entre ellos que hicieron una nueva vida con mis suegros”, aclara.

COMPAÑEROS DE PENA

Bebida, droga y mujeres lo sumieron en la depresión. Ya no quiso trabajar más y quedó literalmente sin nada, en la calle. “Viví en rucos, supe lo que era el hambre y el frío, la pena, porque esos que tu creías amigos no te aportaban nada, en el fondo eran compañeros de pena, todos los que caemos en alcohol o en la droga es por situaciones traumáticas que hemos vivido”.

Sus hijos ya profesionales lo iban a buscar a los rucos y, en una ocasión, lograron internarlo en la clínica siquiátrica privada de la Universidad de Chile, que está en avenida La Paz. “Estuve tres meses en rehabilitación, todo pagado por ellos, debe ser una de las mejores clínicas de Chile. Salí con diagnóstico de alcoholismo y de un trastorno a nivel cerebral que me dejó la droga, no recuerdo el nombre, pero me producía estados depresivos, lo que me llevaba a beber. Me sentí recuperado y así permanecí por dos años, sin consumo, volví a trabajar y me iba bien porque mi pega es valorada, salía con mis hijos”.

-¿Y qué pasó?

-Me emparejé nuevamente pero no fue una buena elección porque ella era adicta a la droga y al alcohol, me sedujo su cuerpo bonito. Yo al principio no vi el peligro evidente que ella significaba en mi vida. Ya venía con mucha carga emocional negativa, necesitaba una compañera, pero elegí mal, volví a consumir y ahí ya no paré. Volví a estar en situación de calle.

Regresó al ruco frente a la plaza Guarello, un sitio donde antes funcionó un servicentro Copec y que lleva más de 20 años abandonado. Sus hijos igual lo iban a ver y le llevaban mercadería.

“Fui perdiendo la vergüenza, me mimeticé con los otros, comencé a pedir en la calle, andaba con barba, mal vestido, un pordiosero, me iba bien pidiendo porque me daban plata. Ese ritmo de vida lo llevé por dos años más. Me sabía la Ruta de la Cuchara, que son comedores donde dan desayuno y almuerzo a la gente de la calle, fui parte de esa comunidad, pero nunca robé ni maltraté a nadie, los valores no los perdí, son parte de mi sello personal. Nunca agredí pero sí me defendí cuando me atacaron”.

Cansado, llegó a dormir a la hospedería del Hogar de Cristo en San Bernardo, donde conoció a jóvenes adictos a la pasta base y al alcohol barato, de 600 pesos la botella, que hace más daño al cuerpo y a la mente. “Yo jamás probé la pasta base ni la marihuana, cuando ya no pude comprar dejé la cocaína y gracias a Dios no alcancé a ser adicto a la droga como lo fui al alcohol, que me pedía desde que me despertaba. Pasaba borracho de la mañana a la noche, perdía la noción del tiempo, no sabía qué pasaba, era como estar en un inframundo. Pasó el tiempo y de la hospedería, a los 54 años, pasé a la casa de acogida donde pude recuperarme mejor. Hay una buena biblioteca y jugaba ajedrez. Mis hijos me llevaron una tablet, buen celular, cuatro comidas diarias, allí me sentía querido y acompañado, no tenía necesidad de tomar, me puse a hacer un curso de guardia OS10 y estaba a punto de recibirme, cuando me dicen que debo dejar la casa en dos semanas porque ya estaba por cumplirse el plazo. Eso bastó para que me alejara de todo y nuevamente volví al ruco, después de un año y medio sin tomar. Es que soy orgulloso y no lo conversé con nadie”, dice Salomón Urzúa.

Se sumió de nuevo en el alcohol y así estaba cuando le fueron a ofrecer la oportunidad de rehacer su vida en el programa Vivienda con Apoyo. “Acepté de inmediato, me vine al departamento con lo puesto. Me siento muy bien, tengo mi pieza, mi baño con ducha y agua caliente. Me cambió absolutamente la vida, dejé de beber, dispongo de comodidades, una buena cama, retomé mis proyectos, quiero volver a hacer clases, esa es mi idea apenas pase la pandemia. Soy bueno para enseñar derivadas, integrales, materia analítica, es poca la gente que domina esas materias, las estudian los ingenieros, los arquitectos, constructores civiles, me manejo bien en esas materias”.

El encierro y la cuarentena, sin embargo, le afectaron. La falta de acceso al tratamiento y la soledad lo llevaron a sufrir una recaída. “Un día de lluvia compré un buen ron, me dije que iba a tomar eso nomás y mentira, el alcoholismo es una enfermedad para siempre. Lo conversé con el sicólogo, tuve una recaída de 10 días, la más corta de mi vida, solamente alcohol, porque antes yo me perdía por meses. Me gusta ser el alma de la fiesta, como profesor yo animaba siempre las licenciaturas y los festivales de música, fui creando sin darme cuenta un ego, necesito ser escuchado, la soledad me mata. He tomado conciencia de esa debilidad. Tengo que seguir trabajando en mí, aprender a conocerme”.

Se despide contando que le gusta escuchar música y leer, que sigue estudiando matemática y que quiere terminar el curso de guardia.

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