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La muerte desigual de Adán

Un mes y tres días tardó en poder ser sepultado Adán del Carmen Ureta Mena, participante de la Casa de Acogida Josse Van Der Rest del Hogar de Cristo. Sus compañeros, todos adultos mayores que vivieron en calle gran parte de su vida, hicieron una colecta para comprarle flores y despedirlo mientras esperaban que su cuerpo llegara desde el Servicio Médico Legal. Alcanzó a vivir dignamente solo una década de los 67 años que estuvo en esta tierra.

Por María Teresa Villafrade

10 Enero 2022 a las 19:00

Hace pocos días, el presidente electo de Chile, Gabriel Boric, recitó frente a empresarios de la Enade un poema de Enrique Linh, titulado Cementerio de Punta Arenas, que dice así:

Ni aún la muerte pudo igualar a estos hombres
que dan su nombre en lápidas distintas
o lo gritan al viento del sol que se los borra:
otro poco de polvo para una nueva ráfaga.
Reina aquí, junto al mar que iguala al mármol,
entre esta doble fila de obsequiosos cipreses
la paz, pero una paz que lucha por trizarse,
romper en mil pedazos los pergaminos fúnebres
para asomar la cara de una antigua soberbia
y reírse del polvo.

La vida y muerte de Adán del Carmen Ureta Mena es un ejemplo de lo perjudicial que es nacer y crecer en pobreza, tal como lo señala el estudio de la Alianza para la Erradicación de la Pobreza del cual Hogar de Cristo formó parte. Y así como el poema de Linh señala “ni aún la muerte pudo igualar a estos hombres”.

Adán nació el 18 de junio de 1954 en Santiago y estudió solo hasta primero de preparatoria (hoy primero básico). A los 9 años se vio obligado a trabajar de matarife en un matadero. A los 17, abandonó la casa de su tía y empezó a vivir en la calle y a consumir alcohol. Se casó dos veces, pero ambas mujeres fallecieron. Al parecer, con ninguna tuvo hijos.

Tenía 58 años cuando llegó a la casa de acogida Josse Van der Rest del Hogar de Cristo muy deteriorado por los años de vida en situación de calle y el consumo problemático de alcohol. Allí permaneció hasta su muerte el 9 de diciembre de 2021, a la edad de 67 años. Mirta Córdoba, la monitora y técnico social que lo conoció más, cuenta:

“Adán estaba viendo televisión con sus compañeros como siempre hacía y de repente, le empezaron a dar convulsiones, se cayó y se golpeó la cabeza. Llamamos a la ambulancia que lo trasladó hasta la Posta Central y ya no regresó más con nosotros”, dice con tristeza.

Lamentablemente, por un tema de protocolo, al fallecer debido a un TEC cerrado, su cuerpo fue enviado al Servicio Médico Legal donde permaneció por más de un mes hasta que finalmente fue entregado para darle cristiana sepultura el pasado 12 de enero de 2022.

“Nunca nos había pasado algo igual. Siempre que fallece un adulto mayor, de inmediato lo vamos a retirar y a sepultar porque ellos no tienen familia, nosotros nos hacemos cargo. Infortunadamente como su muerte se produjo a raíz del golpe, por temas de protocolo lo tuvieron que enviar al Servicio Médico Legal, y se requería una orden de Fiscalía para retirar su cuerpo”.

Mirta cuenta que sus compañeros estuvieron siempre pendientes de todo lo que pasaba con Adán e incluso hicieron una colecta para comprarle flores en su funeral. El Capellán de Hogar de Cristo, José Francisco Yuraszeck, realizó la ceremonia litúrgica en la residencia y así, todos pudieron decirle finalmente adiós.

DEL PELACABLE AL CORTITO DE RON

“Adán era súper reservado, muy solitario. Antes de la pandemia, cuando se podía salir todos los días era de los primeros en dejar la casa y llegaba a las 8 de la noche, siempre con evidencia de haber consumido mucho alcohol y de la peor calidad, ese que le dicen el pelacable. Hace unos cuatro años, cuando me convertí en su monitora realizamos una visita domiciliaria a su hermana Rosa, pues él se acordaba de la dirección y llegamos allá, era adulta mayor y después de establecer el contacto, nunca más supimos de ella ni llamó para preguntar por él, ningún familiar más le conocí”, relata Mirta.

-¿Cómo hizo Adán para resistir las cuarentenas, el encierro?

-“Había empezado un tratamiento de reducción de daño, primero comencé aconsejándole que no saliera tan temprano de la casa para retrasar el consumo. Finalmente logré que lo hiciera después de almuerzo y luego, con la pandemia y no poder salir, se hizo insoportable la vida para él. Se ponía muy odioso y podía incluso dar bastonazos de desesperación. Para ayudarlo se le entregaba un cortito, pero de ron de buena calidad. Poco a poco, me di cuenta que él lo hacía durar toda la tarde, solo tomaba sorbitos muy pequeños. Entonces le pedí autorización al jefe del programa de ese entonces, Claudio Leiva, quien aún estaba con nosotros (falleció de Covid en 2020), para servirle el cortito en una botellita. Claudio me dijo “dale” y así lo hice.

Mirta Córdoba tenía buena llegada con él, logró ganarse su confianza. Le fue contando de sus dos esposas fallecidas. “Bromeaba con eso de que ambas se le habían muerto, casi se echaba la culpa”, dice. “Era muy callejero, prácticamente toda su vida vivió en la calle, no tuvo familia ni amigos más que sus compañeros de la Josse Van der Rest. Pero era muy callado. Me contó que había tenido una propiedad y que al nacer tuvo una hermana melliza llamada Eva. Adán y Eva, decía riendo. Pero nunca pude confirmar la veracidad de su relato”, agrega la técnico social.

Sus restos descansan ahora en el Cementerio General. Sobre su tumba quedaron dos muñecos y su infaltable botellita. “Dormía siempre con esos muñecos, uno de ellos es Tulio Triviño y se lo regaló la jefa del programa, Gabriela Gómez, cuando lo vio que tenía uno pequeñito. Le dijo que ese monito no podía estar solito y le obsequió a Tulio. Estaba feliz, siempre estaban encima de su cama”.

Un hombre duro con alma de niño, seguramente por el recuerdo de su infancia truncada y solitaria. Cinco de sus mejores amigos de la residencia que lo cobijó la última década de su vida, lo acompañaron al cementerio, además de Mirta Córdoba y el Capellán de Hogar de Cristo, José Francisco Yuraszeck. “Era muy querido aunque no se metía mucho con nadie. En el responso fúnebre que se hizo en la Josse Van Der Rest estuvieron todos presentes. Ahora por fin, descansa en paz”, dice la monitora, quien no pudo evitar emocionarse al momento de decirle adiós.

 

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