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Mirella Soiza:

“Le dejaré mi departamento a los pobres”

Tiene 91 y estaba en total abandono hasta que la comunidad del edificio donde vivió por 33 años se puso en acción y llevó su caso a la tele. Así se descubrieron dos testamentos iguales con el Hogar de Cristo como beneficiario. Acá profundizamos en su historia y en el rol que finalmente nos cabe en una realidad de desamparo cada vez más común.

Por Ximena Torres Cautivo

22 Agosto 2019 a las 18:16

 

“Yo voy a dejar en herencia mi departamento al Hogar de Cristo porque en Chile existen muchas personas que viven en la calle, como unas 300, leí por ahí, y no hay gobierno que se haya hecho cargo del tema. Sólo el Hogar de Cristo se preocupa de esos desamparados que duermen botados, a la intemperie, y son muchos, como 300, pobrecitos”, insiste Mirella Soiza (91), ex funcionaria pública, que se hizo “famosa”, cuando salió en el programa de Carmen Gloria Aguayo, en TVN.

El caso de la longeva Mirella fue llevado por sus vecinos al estrado televisivo. La comunidad del edificio donde vivió durante 33 años en el antiguo barrio Yungay, de Santiago, quiso hacer algo y buscó allí una solución para el riesgo y la soledad en que se encontraba. Una encomiable preocupación que, pasada por el cedazo televisivo, siempre termina siendo una simplificación de la realidad.

Una buenamoza vecina, la colombiana Azdaly, quien habita un departamento del primer piso, padeció varias veces anegamientos cuando a la propietaria del tercero se le olvidaba cerrar la llave del baño o de la cocina. Los guardias de seguridad ciudadana y vecinos antiguos del sector la trajeron infinidad de veces de regreso a casa, cuando salía a comprar y deambulaba perdida por las calles del barrio. Otros vecinos se preocupaban porque no comía: apenas pan y leche; porque no abría la puerta y le adjudicaban un incipiente mal de Diógenes; porque es soltera, sin hijos y, muy a lo lejos, recibía a uno de sus sobrinos.

En síntesis: Mirella estaba sola y a merced de sí misma.

Con la comunidad y los servicios sociales de la Municipalidad de Santiago movilizados, la producción del programa de Canal 7 interesada en la historia y el sobrino más cercano al tanto, Azdaly y otros vecinos lograron limpiar y ordenar el departamento. Ese aseo dejó al descubierto dos testamentos legalizados y de contenido similar en medio del desorden. Ambos documentos indican que Mirella Soiza testaba a favor del Hogar de Cristo su patrimonio, constituido básicamente por la propiedad que habían logrado limpiar, y son coherentes con el deseo que ella misma expresa cuando habla del tema.

Lorena Moraga, jefa de gestión legal corporativa del Hogar de Cristo, que fue llamada para ser parte de la solución, es quien más sabe sobre los ingresos que recibe anualmente la causa del padre Hurtado por concepto de testamentos, legados, donaciones. “Estos pueden ser propiedades, dinero, acciones, entre otros. Este año nos han legado tres propiedades y un terreno. Casos como el de la señora Soiza, donde no hay descendencia directa, son escasos, porque normalmente existen parientes involucrados e interesados, lo que puede complejizar las cosas. Pero, en este caso, donde hay acuerdo en que nadie puede hacerse cargo del cuidado de Mirella, la solución es que nosotros como Hogar de Cristo la ubiquemos en una residencia, arreglemos su departamento y lo arrendemos para solventar sus gastos hasta el momento en que, por fallecimiento, se haga efectivo el testamento”.

En este caso, el día en que el equipo social de la Municipalidad de Santiago sacó a Mirella de su casa para trasladarla a “la casa de reposo” ubicada por el Hogar de Cristo, estaba presente su sobrino, quien insistía en que ni él ni sus hermanos tienen interés en el departamento. “Ella vive aferrada a su cartera, donde hoy mismo tiene acumulados los pagos de tres meses de su pensión de unos 120 mil pesos cada uno. Cuando llegué, estaba contando los billetes. Ella tiene la idea fija de que yo le voy a robar. No me ofendo, porque sé que esa desconfianza es propia de la edad”.

Conmueve que ambos estén dentro de la casa con los mismos gorros de lana, la tía, de 91, y el sobrino, de 75 años. “El otro día los compré y le traje uno de regalo”. Y que explique con humildad por qué él es incapaz de hacerse cargo. “Yo tengo mi casa en Pudahuel, soy profesor jubilado. No tengo espacio para acogerla, visitarla con regularidad es un gasto que no puedo asumir. Yo mismo estoy enfermo. Ella, como usted la ve, está sanita. Es que fue monjita; tiene su cuerpo intacto. No fue madre. Cuando era muy joven, vivió varios años en Uruguay, en un convento”.

No hay cómo cotejar la veracidad de los datos. Mirella, que es una mujer educada, con mucha inquietud intelectual e ideas políticas, pero que a tramos se pierde en las nieblas de una memoria gastada, niega haber sido monja. “Sí, viví con las monjas. En Vallenar, de donde era mi familia, el colegio de monjas fue la única manera que tuvo mi papá de educarme. Y como yo era habilosa y me podían lucir como buena alumna frente a los hacendados que llevaban a sus hijas a formarse con ellas, terminé en un convento en Uruguay. No me gustó. A mí las monjas no me gustaron: no son benditas, son como toda la gente. Hay monjas buenas y monjas malas”.

También recuerda a un hermano menor que murió “de tisis, justo antes de que trajeran a Chile el remedio. ¡Qué fatalidad! Yo sufrí mucho esa pérdida”.

 

DEL BARRIO YUNGAY A LA GRANJA

Ahora Mirella está cuidada por Sonia y su equipo, en la Casa de Reposo Señora Elena, que atiende a 17 ancianas, que pagan 450 mil pesos mensuales, en una vivienda de un piso en la comuna de La Granja. Es una institución que colabora con el Hogar de Cristo, cuando las 13 residencias de larga estadía para adultos mayores están copadas, lo que es casi siempre.

Aquí Mirella no se pierde, no deja las llaves corriendo y si lo hace, alguien las cierra, se alimenta con regularidad. Lleva poco menos de un mes en el lugar, y luce hallada y serena. Incluso, el fin de semana pasada, vinieron a visitarla sus ex vecinos y la encontraron muy bien.

“Hay días en que busca su cartera y sus llaves. Quiere ir ‘a pagarse’, como dice, pero al rato se le olvida. Ahora anda con un problema podológico, molesta por una callosidad en la planta de un pie. Cuando llegó, se apreciaba la falta de cuidado en esos detalles, pero está bien físicamente. Es inteligente y conversadora. Muy dueña de sus ideas. Nosotros tenemos un profesor de yoga, que viene a hacerles activación física a las que pueden un par de veces a la semana, pero a ella no le gustó. Dijo: ‘A mí ningún pelucón va a venir a cambiarme mis creencias’. Y se fue dando un respingo”, cuenta Sonia, quien heredó este emprendimiento de su madre, a quien ahora cuida los fines de semana, porque un accidente vascular la dejó muy limitada.

Hablar de los problemas de la tercera edad, en pobreza y vulnerabilidad social, no es nada al lado de venir y sentarse un rato entre estas mujeres después de almuerzo y ver lo solas que están. Y eso que ellas cuentan con asistencia. Según la Matriz de Inclusión Social del Hogar de Cristo, más de 10 mil adultos mayores en pobreza por ingresos y multidimensional, no cuentan con dispositivos de apoyo, por lo que podríamos afirmar que las que viven en esta Casa de Reposo son afortunadas.

Mirella es una de ellas. Valente aún y atenta con el resto. Cuando la visitamos, nos pondera dientes y cejas.

“Los dientes son un tesoro; hay que cuidarlos, niñas. Y no se saquen las cejas, porque si lo hacen, de viejas, tendrán apenas un hilito insignificante”. Y vuelve a recordar cuando trabajó como secretaria en una repartición del Estado: “Siempre fui bien despierta y educada, y a la gente le gustaba hablar conmigo, porque soy una mujer ordenada, con las cosas claras, que trabajó bien, ahorró, pudo comprarse una casa y ahora puedo dejarla al Hogar de Cristo, porque es mío y yo decidí que es el único organismo que se hace cargo de esas 300 personas que están viviendo en la calle, mojadas, entumidas, con problemas de alcohol, y a nadie de ningún gobierno le importa”.

No le decimos a Mirella que en realidad son 18 mil los que viven en situación de calle en Chile, porque a ella se le metió en la cabeza el número 300 y porque lo que vale en ella es su tremenda conciencia social, más allá de sí misma y su propia soledad.

 

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