“No probís la pasta base: ahí todo se vendrá abajo”
La conocimos en abril de 2022 para el bautizo de Bastián, el menor de sus 4 hijos. Llevaba un año en el Programa Terapéutico de Quilicura del Hogar de Cristo, uno de los pocos centros residenciales para mujeres con consumo. Luego de eso, estuvo en una Vivienda de Apoyo a la Integración Social de Senda, publicó un libro testimonial, volvió a trabajar. Ahora lucha por fortalecer los lazos con sus otros hijos, cuidar a su madre, “vestir” la mediagua que instaló en el patio de la casa materna y salir adelante con su emprendimiento de comida rápida. Su caso es un ejemplo de resiliencia y valentía.
Por Ximena Torres Cautivo
21 Agosto 2024 a las 15:46
–“Mi vivencia escondida en un mundo sin vida”. Así titulé mi autobiografía. Ese mundo sin vida era mi vida en la calle y con consumo de PBC. Me levantaba solo para consumir. No me importaba nada más. Sólo quería conseguir dinero para poder consumir, entonces no disfrutaba de nada. No sabía si el día estaba soleado, si llovía. Era un mundo sin vida –concluye Katherine Lavín (39), autora de ese texto sanador que la ayudó dejar el consumo de pasta base y la situación de calle.
–¿Cuánto tiempo estuviste en ese mundo sin vida?
–Fueron cinco años en consumo y casi tres en situación calle. Yo deambulaba seis días, siete días, por las calles, sin dormir, drogada. Podía aguantar cinco días hasta una semana así. Caminando, sin pegar un ojo, sin parar. A veces me refugiaba en vehículos abandonados que había por ahí cerca. O en autos que eran de los mismos traficantes. Dealers, les llaman. Yo les trabajaba a ellos. Les vendía la droga a cambio de plata o de la misma droga.
–¿Has vuelto por esos lugares?
–No he vuelto a rondar por ahí. Cuando terminé mi proceso de rehabilitación, sí lo hice. Como para probarme. Como para para decir sí, puedo. Tengo la fortaleza de haber estado aquí y de haber salido. Veo en lo que estoy convertida y no desearía por nada volver a este mundo.
Kathy nació en Ñuñoa, pero hasta los 5 años vivió en Quillota. Después sus padres se separaron y con su mamá se fueron a vivir a Puente Alto. “De allá llegamos a Chicureo. A la casa de una hermana de mi mamá. Y como a los 11 años míos, nos instalamos en el centro de Colina”.
–¿Cómo te iniciaste en el consumo?
–Mi consumo se originó en traumas por cosas no resueltas, situaciones que evadí, problemas de poca comunicación y poca tolerancia a la frustración, por tantos problemas y carencias. Lo que culminó en mi consumo de pasta base fue el ponerme a vender drogas, cuando ya había nacido mi hija mayor. Yo tenía 33 años y, con una guagua, se me dificultaba trabajar, así es que empecé a vender droga. Y partí consumiendo. Primero fue marihuana, después cocaína y, al final, el PBC, la pasta base. Yo siempre dijo: “No probís la pasta base, porque ahí todo se te vendrá abajo”. Yo perdí todo. Tenía una casa amoblada, una familia bien constituida y todo lo perdí, porque empecé a vender los muebles, la ropa, lo que fuera para comprar droga y consumir.
–¿Qué pasó con tus hijas?
–Mi hija mayor, Scarlett, y la segunda, Martina, que hoy tiene 10 años, empezaron a quedar al cuidado de mi mamá. Yo me fui endeudando para consumir y eso me obligó a trabajar para más con los dealers. Finalmente, lo que ganaba era para puro consumir. Así es que a mi hija mayor se la llevó su papá; él la crió. Y mi mamá se quedó con la tuición de la Martina. Yo firmé un papel para cederle el cuidado de mi hija, porque ella me consiguió un centro de rehabilitación particular privado. Ese tratamiento no tuvo ningún efecto en mí, seguí consumiendo. Dicen que para poder generar el cambio, tiene que ser en el momento preciso, cuando el que se droga tiene la voluntad y la lucidez para decidirlo por sí mismo. Ese no fue mi momento.
Katherine hace una confesión brutal.
Dice que su tercer hijo, Santino, que hoy tiene 6 hijos, y Bastián, de 3, el menor “no fueron deseados. Nacieron del consumo y de la necesidad de drogarme que me llevó a prostituirme. Así fue como quedé embarazada en ambos casos”.
Bastián, eso sí, obró la magia.
“Fue la luz que me mandó Diosito para que yo quisiera desear el cambio de vida. Mis dos hijos de alguna manera son fruto de la calle. De los tiempos en que yo deambulaba por distintas poblaciones de Colina buscando droga y hacía lo que fuera por conseguirla”.
Repite que entonces no dormía, que vagaba “volada”, sin distinguir el día de la noche.
–¿Nunca te agredieron, nunca sufriste violencia física?
–No. En realidad, yo siempre he evitado el conflicto. Por eso, siempre caminaba. A veces, cuando un hombre llegaba con plata y quería sexo a cambio de dinero se producían peleas entre las mujeres que consumíamos. Eran peleas fuertes que yo prefería evitar. Nunca tuve un protector, salvo la protección de los mismos traficantes a los que yo les ayudaba a vender.
–¿Nunca caíste presa?
–Estuve detenida varias veces, pero nunca fui presa. Pasé noches en comisarías, pero no en la cárcel. Me detuvieron por robos en tiendas, en supermercados.
–¿Es la droga la que conduce a la calle o la calle la que conduce a la droga, cómo lo ves tú?
–Hay gente que consume droga y funciona normalmente. Van a trabajar, tienen hijos, mujer o marido, fuman sus pititos y no se les quiebra la vida. Hay otros, donde me incluyo, que nos dejamos llevar por la droga y no podemos parar de consumir. La vida se convierte en solo consumir. Nos volvemos totalmente dependientes y, en ese caso, llegar a la calle es natural, porque lo perdemos todo. Lo dejamos todo por consumir.
–¿Cómo lograste salir?
–Yo sentía que esa vida no era vida, pero no podía salir. Cuando supe que estaba embarazada de Bastián, quise abortar, pero dejé pasar el tiempo y ya no se podía; él estaba ya muy grande. Ahí pensé en entregar la guagua, darla en adopción. La solución me la dio la pareja de jóvenes a los que yo les vendía pasta base. Ellos no podían tener hijos y me pidieron que les diera mi guagua. El trato era que yo se las pasaría al nacer y ellos me pagarían un tratamiento de rehabilitación, porque ellos sabían que yo quería recuperarme y hacerme cargo de mis otros hijos.
Cuando a las tres de la mañana de un día 23 de marzo hace seis años, Katherine estaba consumiendo, empezaron las contracciones. Dice que se fue a acostar y que como a las 5 ya no dio más de dolor.
“Llegué a la posta de Colina con el niño casi afuera. Nos mandaron en ambulancia a Santiago y me lo pusieron en el pecho. En ese momento todo cambio”, dice, con los ojos hechos agua, francamente emocionada. Tanto que uno entiende lo que ella llama “la conciencia del cambio”. Agrega: “Decidí en ese momento que no lo entregaría, que lo criaría y recuperaría a mis otros hijos. Al llegar al Hospital, me ofrecieron la posibilidad de internarme en el PTR de Quilicura. Dije que sí al tiro”.
El PTR es uno de los pocos programas terapéuticos residenciales para mujeres con consumo de alcohol y otras drogas donde pueden estar con sus hijos pequeños. Pertenece al Hogar de Cristo, con apoyo de Senda, y realmente, como dice Kathy, fue “una bendición que hubiera cupo y alguien lo supiera y me ofreciera entrar”.
Bastián se quedó un mes en el Hospital y luego estuvo cerca de dos años acompañándola en su proceso de rehabilitación en Quilicura.
–¿Sabes quién es su padre?
–Sí. Él no sabe que tiene un hijo y no creo que se lo cuente nunca. Para qué. A Bastián y a Santino tendré que explicarles su situación cuando sean mayores y puedan comprender. Creo que la única manera de hacerlo es con honestidad. Y con amor. Mi mamá ha sido muy importante en el caso de Santino y Martina, ha sido clave en su crianza. Yo los miro y siento que no es indispensable tener un papá. Yo tampoco lo tuve. Estuvo con nosotros hasta cuando yo cumplí cinco años.
–¿Le debes mucho a tu mamá?
–Sí. Tantas veces que salió a buscarme. Yo me escondía de ella. A veces le daba la cara. Pocas. Ahora estamos en una buena relación con mi mamá, súper buena. He logrado recuperar su confianza. Y sé que ella, aunque no es de expresar mucho las cosas, se siente orgullosa de mi proceso, de mi recuperación. Admira que haya podido salir de esa vida. De ese horror. Me ve bonita, preocupada de mis hijos, luchando, aunque cuesta. Cuesta mucho.
A Katherine le ayudó poner sus vivencias por escrito. “Escribir me sirvió para soltar todo lo que no me atrevía a decir. Yo me guardaba todo, no podía contar mis traumas, mis dolores, todo lo que me llevó al consumo. Escribir fue un descubrimiento que los terapeutas alentaron, porque yo no era capaz de hablar con el psicólogo. Sanarse, recuperarse no es sólo entrar en abstinencia es mucho más complejo, es lograr la salud mental. La paz. Reconciliarse con el pasado”.
Ella lo logró escribiendo. Y eso terminó volcado en un libro. Lo publicó justo cuando terminaba su tiempo como beneficiaria de una Vivienda de Apoyo a la Integración Social (VAIS) en Macul. Vivió allí con el pequeño Bastián, que iba al jardín y ella podía trabajar en una casa particular, pero cuando esa solución habitacional transitoria que ofrece SENDA terminó, las cosas se complicaron.
–Tuve que venirme a vivir a la casa de mi mamá en Colina. Pero la casa es pequeña. Ella tiene a su cargo a Martina y a Santino, ambos comparten un dormitorio, está el de ella y una pieza pequeña que destina a sus costuras. Ella trabaja en eso. Así es que se nos hacía difícil la convivencia.
Movida, busquilla, llena de iniciativa, Kathy buscó ayuda y la consiguió. Así, Techo la ayudó a instalar una vivienda de emergencia –una mediagua, aunque hoy el término suene medio arcaico– en el patio de la casa que arrendaba su mamá. Para ello, hubo que firmar papeles y hacer trámites, por lo que la violenta subida del arriendo fue un balde de agua fría.
Pero Kathy no se amilana. Con ayuda de vecinos y amigos, la familia desarmó la mediagua y arrendaron una nueva casa, siempre en Colina, a un precio pagable para ellas y volvieron a armar la vivienda de emergencia. Ahí está instalada hoy y sueña con alhajarla por dentro, pero la plata escasea, aunque ahora un nuevo emprendimiento la tiene ilusionada.
Con su pareja, ha iniciado un negocio de comida rápida frente a un colegio de la comuna. Partió vendiendo sopaipillas, pero ha ampliado su oferta notablemente.
–Ahora puedo estar cerca de mi mamá, que no está muy bien de salud. He recuperado a mis otros dos hijos e incluso he fortalecido los vínculos con mi hija mayor. Yo siento que he avanzado muchísimo. Estoy pololeando desde hace dos años con mi pareja a la que conocí en la casa VAIS donde viví. Ella también pasó por un proceso de rehabilitación. No vivimos juntas, pero quizás algún día.
Kathy es inspiradora. Se nota tan satisfecha con lo que ha logrado. Dice:
–Creo que dar este testimonio es útil para terminar con los prejuicios que hay sobre las mujeres con consumo de pasta base o de la droga que sea, sobre las personas en situación de calle. Y sobre todo para inspirar a quienes están viviendo en ese mundo sin vida del que yo logré salir. Siento que mi historia puede ser esperanzadora. A mí también me sirve contar lo que viví. Me ayuda a mucho esto de dar testimonio, porque estas cosas representan como pequeños escalones que una va subiendo en el camino de la superación. Hoy yo miro hacia atrás y veo todo lo que he logrado y me enorgullezco de mi proceso. Y eso me ayuda a no flaquear, a no volver a caer.